Noviembre 2020
Los miserables es una obra maestra de la literatura. En ella, Víctor Hugo hace acopio de toda su experiencia y calidad literaria para ilustrar la vida del pueblo parisino y sus intentos por revolucionar su forma de vida llena de miserias. Si bien la trama principal bastaría para recomendar la novela a cada lector, en ciernes o experimentado, Víctor Hugo no se contenta con esto y aprovecha cada oportunidad para lanzar reflexiones filosóficas, sociales, literarias, estéticas y políticas, que hacen que la obra se vuelva aún más valiosa por las reflexiones a que invita al lector.
En uno de esos momentos álgidos que tensan las emociones del lector, Víctor Hugo se detiene y reflexiona sobre la admiración que causan aquellos que pueden encontrar el goce supremo en las nimiedades de la vida: un jardín, un lago, el sol, una hoja caída, la risa del infante, los dulces, etcétera. Pero admite que la admiración aumenta cuando se trata de un literato que logra escribir textos exquisitos a partir de esos escenarios: Horacio, Goethe y La Fontaine son sus referencias, aunque bien podría ampliarse la lista. A pesar de que para Víctor Hugo estos nombres se encuentran en la cúspide de la literatura, encuentra que su producción tiene un defecto que en ninguna circunstancia les quita mérito, pero que evidencia que, hasta el sol, con todo el calor y claridad que ofrece, puede ser ciego. Víctor Hugo señala que a estos hombres la cima no les permitió ver el fondo, no dejó que observaran los sufrimientos de los desamparados, a los niños hambrientos, al adulto explotado, a la mujer reprimida o al preso inocente.
Las palabras son poderosas y la reflexión a la que invitan debe ser aceptada. La vida individual puede contar con todas las comodidades que permitan al escritor acomodarse en su tranquilidad y escribir sobre sus problemas y las soluciones que él o ella darían a estos; sin embargo, las carencias sociales son más grandes que las propias y se convierte en un contrasentido el obviarlas, sobre todo cuando son generalizadas y su profundidad es la del abismo. La admiración a estos personajes no está exenta de compasión, que para Víctor Hugo se origina en la clarividencia que tienen para hablar sobre muchos problemas del ser humano y tocarlos de un modo sublime y, sin embargo, son incapaces de escribir sobre las carencias e injusticias que la mayoría de sus congéneres sufre.
La reflexión a la que se invita en Los miserables sobre este tema no ha perdido vigencia. El artista puede tomar inspiración sobre cualquier fenómeno que considere pertinente y tratarlo del mejor modo de que sea capaz. Empero, debe ser lo suficientemente hábil para no encerrarse en sí mismo y ampliar sus inspiraciones más allá de su persona, recordando que existen en la tierra otros humanos que no gozan de su tranquilidad o cuyos problemas son más grandes que los propios.
En el contexto actual del arte y la ciencia mexicana, los participantes de estas ramas podrían tener presente esta consideración. Los artistas y los intelectuales han hecho una labor loable al defender sus intereses y criticar los errores que el gobierno ha cometido en estos gremios; sin embargo, obvian que hay otros sectores, más amplios que el suyo, que también se han visto afectados, y tal vez con mayor profundidad, por la política de recortes que la Cuarta Transformación ha implementado. Escribir en defensa de estos últimos sectores rompería con el ensimismamiento de los intelectuales y otorgaría a los desprotegidos mejores armas para su defensa.
Jenny Acosta es licenciada en Filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales