Agosto 2020
En la última década Hong Kong ha sido el escenario de intensas movilizaciones contra la autoridad central de Pekín. En 2014 la prensa internacional le dio amplia cobertura a la protesta estudiantil que tomó las calles exigiendo que se derogara la reforma electoral impulsada por Pekín; por el uso simbólico del paraguas amarillo durante las manifestaciones, la movilización fue bautizada por la prensa como la “Revolución de los Paraguas”. En 2019 los principales espacios públicos de Hong Kong fueron ocupados masivamente una vez más, pero ahora en contra de la ley de extradición, la cual permitía que los criminales pudieran ser extraditados a China continental. En las protestas de 2019 las movilizaciones alcanzaron altos niveles de confrontación y vandalismo, por lo que las autoridades decidieron imponer la estabilidad social de la ciudad mediante un uso más agresivo de la fuerza pública. A raíz de estos acontecimientos, y dadas las corrientes separatistas que han existido en la región durante los últimos veinte años, en junio de 2020 la Asamblea Popular Nacional (cercana a Pekín) aprobó la Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong, que establece penas especialmente altas para los delitos de separatismo, subversión, terrorismo y colusión con potencias extranjeras. La aprobación de la ley ha suscitado denuncias de Estados Unidos, Reino Unido y otras potencias occidentales, quienes acusan a Pekín de criminalizar la democracia e imponerle a Hong Kong un sistema político autoritario.
Hong Kong forma parte de la organización política china desde el siglo II a.C. cuando los territorios más australes de la actual República Popular fueron integrados al gobierno central por la dinastía Qin, fundadora del Estado que desde hace más de dos mil años lleva el nombre de China. Las cosas cambiaron a mediados del siglo XIX, cuando estalló la Guerra del Opio (1839-1842) entre Gran Bretaña y China y dio inicio lo que en la historia china se conoce como “El siglo de la humillación”. Al ser derrotada China tuvo que ceder algunos de sus territorios al imperialismo británico, el cual buscaba apoderarse de los principales puertos chinos para tener puntos de acceso al gran mercado oriental. Hong Kong fue uno de los territorios que sirvieron como enclaves para que los comerciantes y la corona británica comenzaran a disputar el control del vasto territorio chino. Más tarde los británicos le arrancaron más territorios a China mediante el mismo método bélico, pero ninguno alcanzó el status de Hong Kong, que se convirtió en el principal bastión del imperialismo europeo.
China experimentó muchos cambios durante la segunda mitad del siglo XIX y durante todo el siglo XX, pero Hong Kong permaneció siempre en manos de Londres. Ni la invasión de Francia, Rusia y Japón en el siglo XIX, ni el término de las dinastías chinas, ni las dos Guerras Mundiales, ni el gobierno del Kuomintang, lograron que Hong Kong volviera a ser parte del país. Tampoco la nueva República Popular China, fundada en 1949 por Mao, pudo recuperar Hong Kong en sus primeras décadas. Fue hasta 1997 cuando, finalmente, Reino Unido aceptó retirarse de su colonia y permitió que Hong Kong pudiera reunificarse con China; sin embargo, en su carácter de imperialistas y colonizadores, los británicos aceptaron abandonar el territorio solo bajo la condición de que Pekín se comprometiera a respetar, por los menos hasta 2047, el sistema político democrático liberal que ellos habían incubado en Hong Kong durante 150 años de colonialismo. Las autoridades de Pekín aceptaron las condiciones bajo la doctrina “Un país, dos sistemas”, idea que había desarrollado Deng Xiaoping con el objetivo de reintegrar a los territorios chinos que a finales del siglo XX todavía mantenían el status de colonias europeas, tales como Macao y Hong Kong.
Conforme China fue ganando peso en la arena geopolítica mundial, el país comenzó a reclamar su soberanía sobre aquellos territorios que las potencias europeas le habían arrebatado por medio de la guerra, y que después le fueron “cedidas” a condición de que cumpliera ciertas obligaciones. La China del siglo XXI no solo se ha posicionado a escala mundial como un potente polo de desarrollo económico, sino que le disputa ya la hegemonía global a Estados Unidos y Europa en áreas que tradicionalmente han estado bajo su monopolio, como el desarrollo y la innovación tecnológica. Con una economía boyante y un sistema político estable, China se ha convertido en un país referente tanto en América Latina como en Europa, por no hablar de África y Asia, donde su influencia es incuestionable. En este contexto, no sorprende que Pekín haya comenzado a avanzar en la plena reintegración política e institucional de Hong Kong y China.
Los avances de Pekín han provocado respuestas tanto de Estados Unidos como de Inglaterra. En cuanto se aprobó la Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong, la antigua metrópoli británica anunció que le daría refugio hasta a tres millones de ciudadanos de Hong Kong que quisieran migrar a Inglaterra, pues entendía que la nueva legislación china podía poner en riesgo sus vidas. Estados Unidos, por su parte, anunció sanciones tanto contra las autoridades de Hong Kong que aprobaron la Ley de Seguridad Nacional, como contra las autoridades de Pekín que la impulsaron. Londres y Washington han dicho que su único móvil para aplicar estas medidas es el interés que tienen en defender la democracia y los derechos humanos en contra de la tiranía del gobierno comunista chino, pero en la tercera década del siglo XXI el recurso de presentarse como adalides de la libertad y la democracia ha comenzado a perder su efecto justificatorio.
Lo que pasa en Hong Kong debe entenderse como un elemento más del cambio en la correlación de fuerzas a nivel geopolítico entre las principales potencias del mundo. Los tiempos en los que las amenazas diplomáticas, comerciales o militares eran suficientes para imponer la agenda de Estados Unidos y Europa al gobierno chino han quedado atrás. Ahora China no solo es lo suficientemente fuerte para hacerle frente a las antiguas potencias, sino que además ha establecido una alianza estratégica con Rusia para crear un contrapeso real a la dominación occidental y blindarse militarmente contra las posibles aventuras guerreristas de los norteamericanos. Con la aprobación de la Ley Nacional de Seguridad, China avanza en la recuperación de Hong Kong, mientras las potencias occidentales observan impotentes cómo su rival asiático acrecienta su poder. Parece que el imperialismo estadounidense y europeo se ha quedado sin cartas que jugar.
Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.