El regreso de Zizek a Lenin se observa necesario en una realidad que, aunque dista formalmente de la que forjó el pensamiento leninista, mantiene en distintos grados y formas cada vez más perversas y sofisticadas, la esencia del capitalismo que sufrió en Rusia el golpe más destructivo de su historia en 1917. Este último no triunfó por mucho tiempo y su derrocamiento cimbró al socialismo internacional hasta los huesos, pero no significó tampoco un fracaso definitivo, una fatalidad. El Lenin que el siglo XXI ha heredado es el Lenin derrotado, el Lenin que el capitalismo ofrece muerto y embalsamado como trofeo de su victoria. Es la expresión de la inviabilidad del “socialismo real”, de la imposibilidad de llevar el marxismo a la práctica y en ese sentido, de la inmortalidad del capitalismo o del fin de la historia.
Esta idea de Lenin no podía ser otra viniendo de sus enemigos. Sin embargo, volver a Lenin exige un esfuerzo que permita trascender la apariencia en sentido hegeliano y recalar en la esencia del significado leninista hoy en día. No significa esto rescatar a Lenin como figura última y definitiva del pensamiento marxista, tampoco llevar a la práctica en el combate al capitalismo una estrategia sí, triunfante en su momento, pero anacrónica para nuestros días. Repetir a Lenin se vuelve una necesidad, siguiendo el pensamiento de Zizek, no precisamente porque la línea trazada por el revolucionario bolchevique para transformar el mundo sea la que la realidad reclama hoy en día, sino por el paso anterior que implica la interpretación y el cuestionamiento de esta realidad.
Uno se ve tentado, por lo tanto, a darle la vuelta a la undécima tesis de Marx: la primera tarea hoy en día consiste precisamente en NO sucumbir a la tentación de actuar, de intervenir de manera directa para cambiar las cosas (que a continuación acaba inevitablemente en un callejón sin salida de imposibilidad debilitantes: “¿Qué puede uno hacer contra el capital global?”) y en dedicarse, en cambio, a cuestionar las coordenadas ideológicas hegemónicas. [1]
¿Qué debe rescatarse de Lenin? ¿Por qué la necesidad de reconfigurar su pensamiento en pleno siglo XXI? Para Zizek la respuesta reside precisamente en el rescate de la verdad. Una verdad libre de las ataduras de sensatez y del encanto burgués que el capitalismo le impone; una verdad que no respete diferencias y que se presente al hombre con toda su radicalidad; una verdad, en definitiva, que permita cuestionar la esencia misma del capitalismo y no solo las distintas formas aisladas y particulares en las que manifiesta su universalidad.
La Revolución Francesa es el primer momento histórico de la revelación de la verdad sin las vestiduras que encubran su radicalidad. Robespierre pone en práctica una Revolución que no se detiene a esperar el reconocimiento popular, que no pasa por la lectura democrática, sino que se impone precisamente porque surge del momento de transformación que vive Francia en 1792. La verdad no es democrática y pasar por el consenso general implica esperar de ella el reconocimiento del “gran Otro”. Someter al voto la culpabilidad del rey implicaba culpar a la Revolución de un crimen que solo podía serlo ante los ojos del antiguo régimen.
Dirigiéndose a la Asamblea Nacional el 28 de diciembre de 1792. Robespierre afirmó que, al atestiguar la verdad, cualquier invocación a una mayoría o minoría no es más que un medio para “reducir al silencio a aquellos a los que se designa con este término (minoría)”: “La minoría tiene en todas partes un derecho eterno: hacer que pueda escucharse la voz de la verdad”… En resumen, la Revolución ya había decidido la cuestión, el hecho mismo de la Revolución (si era justa, y no un crimen) significaba que el rey era culpable, de modo que votar sobre esa culpabilidad significaba poner en cuestión la Revolución misma. [2]

Análisis del PND 2019-2024
Una revisión crítica de las políticas de desarrollo económico y bienestar planteadas por el actual Gobierno de México
Es en este sentido en el que Lenin recupera el legado jacobino, por la reivindicación de la política de la verdad. Despojando a la verdad de su forma democrática devolviéndole su contenido revolucionario, radical. La situación que prevalecía en Rusia en 1918 representa el momento del legado leninista. Estando Europa divida, la idea del nacionalismo contaminó los espíritus más aguerridos en el momento revolucionario, el enemigo en común pretendía dejar en un segundo plano al enemigo de clase; los intereses, en boca y pluma de gran parte de los revolucionarios (el mismo Trotsky así lo pretendía), pasaba a ser ahora Alemania y no el zarismo ruso. Solo prácticamente, Lenin defendió el interés de clase sobre cualquier otro interés posible. Lenin se volcó en la reivindicación de la verdad del proletario sobre cualquier concesión hacia la burguesía. El hecho de estar en minoría, en franca y absoluta minoría, no mermaba un ápice la verdad defendida por Lenin que terminaría por triunfar, no precisamente por su carácter de verdad (la verdad no siempre sale a flote, es precisamente su defensa a ultranza y un compromiso permanente con ella lo único que puede, si no hacerla triunfar, sí hacerla visible), sino por la ineptitud de la burguesía rusa de entender y comprender el momento histórico en el que debía actuar.
La defensa de la verdad del partido, de la reivindicación de la clase sobre los intereses chauvinistas por los que se vio infectado hasta el proletariado mismo, es la actitud que resalta Zizek en el carácter leninista en esta primera etapa y que sus propios enemigos reconocían. Después de una acalorada discusión en el Congreso en la que Lenin se había enfrentado prácticamente solo a una pléyade de socialdemócratas, Dan, que se había mantenido adverso a la política leninista, le contestó de esta forma a la mujer que lo increpaba por la imposibilidad de dominar a Lenin: “Pues porque no hay un solo hombre en el mundo como él que se ocupe de la revolución durante las veinticuatro horas del día, que no tenga más pensamientos que los relativos a la revolución y que, hasta cuando duerme, no vea más que la revolución en sus sueños. ¡Trate de vencer a un hombre así!”[3]
Éste fue el primer momento de la verdad, el momento en el que se impone como Revolución finalmente en octubre de 1917 y la “locura leninista” de las Tesis de Abril, la utopía desatada por un hombre que era prácticamente desconocido por las grandes mayorías hasta febrero de 1917, se vuelve real. La locura irrumpe en el momento del “desajuste”. Tal y como sucedió en Francia entre 1789 y 1793, la Revolución de Octubre acomete cargada de optimismo en 1917 y destroza de un primero golpe el edificio ya resquebrajado en sus cimientos que en su derrumbe aplastó también a la burguesía rusa incompetente de febrero. Sin embargo, la revolución “debe golpear dos veces, y por motivos esenciales”.[4] El primer golpe de la utopía debía preceder al golpe de lo real, a la reestructuración, la organización del caos revolucionario en aras de la construcción del socialismo. Esta reconstrucción no necesitaba, sin embargo, la aprobación del Otro democrático. Se establecían nuevas claves de construcción y no podía pensarse el Estado desde la perspectiva del capitalismo, aunque para poner a andar la maquinaria industrial se precisara de algunos de sus actores.
La reconfiguración del Estado, el segundo golpe de la Revolución, estaba despojada ya del entusiasmo y el fervor. Se precisaba ahora una defensa del proyecto que fuera hasta sus últimas consecuencias, hasta el estalinismo mismo, según Zizek. Este segundo golpe consistía, en palabras de César Vallejo, en “suscitar no ya nuevos tonos políticos en la vida, sino nuevas cuerdas que den esos tonos”. No reformar el Estado, sino construir uno nuevo sobre los principios revolucionarios. Había que llenar de contenido a la Revolución, destruir la forma primera que se construía sobre las necesidades del viejo Estado y romper, a su vez, con las ilusiones que de ella emanaban.
Se trata de la “negación de la negación” hegeliana: en primer lugar, se niega el viejo orden dentro de su propia forma ideológico-política; a continuación, hay que negar la forma misma. Quienes vacilan, quienes tienen miedo de dar el segundo paso de superar la propia forma, son quienes (por repetir a Robespierre) quieren una “revolución sin revolución”. Y Lenin despliega toda la fuerza de su “hermenéutica de la sospecha” en la identificación de las distintas formas de este repliegue. [5]
El segundo golpe de la Revolución, el llenar de contenido el vacío que había dejado el primer momento revolucionario, es el gesto de Lenin que destaca Zizek. La defensa de la política de la verdad a ultranza, de atreverse a terminar la tarea iniciada a pesar de que ésta no cuente con el fervor y el apoyo democrático del gran Otro precisamente porque rompe con el sistema establecido. Es la actitud que debe recuperarse para enfrentar al capitalismo hoy en día, cuando parece haber recobrado el poder absoluto sobre cualquiera de las formas de cuestionamiento existentes. Sintetizando esta idea de la que devendrá el análisis sobre la realidad actual del capitalismo, Zizek apunta:
Con Lenin, como es el caso también con Lacan, la revolución ne sáutorise que d´elle-même: debemos aceptar el acto revolucionario en la medida en que no está cubierto del gran Otro; el miedo a tomar el poder “prematuramente”, la búsqueda de esa garantía, es el miedo al abismo del acto. Ahí está la dimensión definitiva de lo que Lenin incesantemente denuncia como “oportunismo”, y su apuesta es que el “oportunismo” es una postura inherentemente falsa, que enmascara el miedo a culminar el acto con una pantalla protectora de hechos, leyes o normas “objetivos”. Por esto mismo, el primer paso para combatirlo es anunciarlo claramente. “¿Qué hacer entonces? Es preciso aussprechen was ist, “decir las cosas tal como son”. [6]
La defensa de la política de la verdad leninista debe ser utilizada como arma para desenmascarar el relativismo posmoderno que hace inofensivas todas las reacciones existentes contra el capitalismo. El llamado a la acción es permitido en el neoliberalismo solo en la medida en que no perjudique ni afecte el funcionamiento mismo del sistema. Se permiten ciertas manifestaciones antihegemónicas porque se sabe de su esterilidad frente al sistema. La pretensión consiste en reubicar al enemigo, en trasladarlo fuera de las coordenadas económicas y situarlo en efectos determinados de la contradicción en las relaciones de producción capitalista. De esta forma emergen un sinfín de formas de rebeldía que no solo mantienen el sistema intacto, sino que le benefician funcionando como catarsis, como escape para los inconformes a los que se les permite dañar un poco, manifestarse, cambiar alguna superficialidad de modo que dejen intacta la estructura capitalista. Un sofisticado gatopardismo permite al capitalismo mantener a raya las verdaderas transformaciones.

Ensayos
Nuestros propios puntos de vista en la discusión e interpretación de algunos temas relevantes para el contexto social y político de nuestro tiempo
El multiculturalismo es una de las expresiones de este “cambiar todo para que nada cambie”. Desde el discurso del “multiculturalismo corporativo” surgido principalmente en las universidades, se plantea la necesidad de que las naciones y las culturas dominadas y sojuzgadas por el paso destructor del capitalismo accedan a una narrativa propia, a manifestar su idiosincrasia particular a través de manifestaciones particulares pero con la condición sine qua non, de no arremeter contra el origen del mal que pretenden combatir, el capitalismo. Zizek utiliza el ejemplo suficientemente esclarecedor del McDonald´s en la India que fue acusado de utilizar grasa animal para cocinar y que se reivindicó accediendo inmediatamente a cambiar la grasa animal por la vegetal, dando muestras de esta manera, de su apertura a las manifestaciones culturales del país. Aquí la política liberal se muestra comprensible y moldeable.
Sin embargo, y sin la necesidad de buscar ejemplos de este multiculturalismo planteado por Zizek fuera de nuestra órbita social particular, podemos voltear a la forma en la que resisten y combaten las culturas autóctonas de nuestro país. El abandono y la miseria a la que están sometidas es más que evidente. Las calles y plazas en prácticamente todas las capitales están abarrotadas de indígenas en condición de miseria que piden caridad para sobrevivir. En lugares como la huasteca hidalguense o potosina, así como en la sierra tarahumara, la mortandad por hambre y enfermedades curables es cotidiana. La miseria y la carestía caminan rampantes sobre las chozas del indígena mexicano y para cambiar esta situación que precisa fuentes de empleo, escuelas de calidad, servicios básicos etc., no se hace nada, o se hace muy poco. La forma de enfrentarse a estos problemas emanados del capital, para el que los indígenas no representan otra cosa que mano de obra barata o llegados a este punto, no representan absolutamente nada, es, hasta cierto punto, ofensiva.
El combate se da principalmente en las universidades. Se protege la tradición, la cultura y las creencias, pero nada más. Se defiende al indígena sin que en éste repercuta absolutamente en nada dicha defensa. Hay combates en redes sociales, por ejemplo, en contra de marcas internacionales que se han apropiado de modelos autóctonos, que, sin embargo, pasan desapercibidos para quienes se dejan la vida y la sangre en prendas que tienen que vender a muy bajo costo porque no pueden competir contra la dinámica industrial del capital. Se celebra en televisión y en redes sociales que un tarahumara, un rarámuri, ha ganado un maratón en algún país occidental, y el orgullo no tarda en invadirnos llenando el vacío del chauvinismo nacional. Sin embargo, en la sierra de Chihuahua continúan muriéndose de hambre todos aquellos que no tuvieron la suerte de ser los más veloces, y eso, poco o nada importa a una sociedad que apacigua su conciencia con estos gestos estériles pero tranquilizadores.
Parte de la filosofía latinoamericana ha sido víctima, a mi juicio, precisamente de este despojo sustancial de la crítica, de este vacío de la verdad que critica Zizek partiendo de Lenin. La crítica de Mignolo hacia un rescate cultural que permita insertar nuevamente en la americanidad a los que fueron despojados pero a través de su reivindicación racial y no de clase; la defensa de Leopoldo Zea de la idea bolivariana de crear una América nuestra, idea propiamente surgida de las necesidades de la élite criolla que también representa los intereses particulares de una nueva burguesía americana; la propuesta de la democracia participativa en todo el continente de Luis Villoro, puesta en práctica en las comunidades zapatistas, se queda también sin cuestionar al capitalismo colonialista que fue, y es, el verdadero culpable de la exclusión en la que se encuentran todos los pueblos indígenas en nuestro país y en toda América Latina.
Ejemplos de estas luchas aisladas en México y en distintas partes del mundo, sobran. No significa, y en esto no puede uno más que discrepar con Zizek, que no sean significativas, que no sean valoradas como formas loables de resistencia. Sin embargo, es cierto que su efecto poco repercutirá en torno al principal problema que los genera. De esta manera se introducen también las luchas de género y raciales, que sin dejar de ser problemas reales cuyo fundamento sea preciso cambiar, no erradicarán por sí mismas al capitalismo, que se oculta incólume detrás de todas estas manifestaciones concretas de combate.
La solución apunta, sin olvidar que todas las luchas deben revestir una forma histórica y concreta particular, a la idea de un “multiculturalismo crítico” de Douglas Kellner. No se trata de desbaratar las distintas formas combativas y reales de resistencia, sino de unificarlas en torno al enemigo común. En la medida en que se socave la estructura económica que sostiene al capital, podrá hablarse, entonces sí, de una lucha efectiva.
Si, a diferencia de lo que hace el “multiculturalismo corporativo, definimos el “multiculturalismo crítico” como una estrategia que señala que “hay fuerzas comunes de opresión, estrategias comunes de exclusión, esterotipación y estigmatización de los grupos oprimidos y, por consiguiente, enemigos comunes y objetivos comunes de ataque”, no veo lo apropiado seguir usando el término ‘multiculturalismo‘, cuando el acento en este caso se desplaza hacia la lucha común. En su significado habitual, el multiculturalismo se adecua perfectamente a la lógica del mercado global. [7]
La política de la verdad reside, precisamente, en identificar el vacío que la crítica contiene al enfrentarse al sistema. El liberalismo se caracteriza por arrebatar el agente dañino de la crítica. La permite, pero la vuelve inofensiva. Así puede defenderse a los pueblos indígenas solo desde el folclor, obviando la condicionante económica que los subsume. El multiculturalismo esconde, de acuerdo con Zizek, una verdadera resistencia a incorporar a todas las culturas o formas de cultura al capitalismo. Es hipócrita.
Se las tolera y apoya siempre que no se acerquen demasiado a determinado límite. Este tipo de actividad proporciona el ejemplo perfecto de interpasividad: de las cosas que se hacen no para conseguir algo, sino para impedir que suceda realmente algo, que cambie realmente algo. Toda la actividad humanitaria frenética, políticamente correcta, etc., encaja con la formula de “¡sigamos cambiando algo todo el tiempo para que, globalmente, las cosas permanezcan igual!”. [8]
El multiculturalismo liberal se caracteriza, en última instancia, por acceder a las manifestaciones y costumbres que pueden asimilarse dentro de su particular idiosincrasia, pero resistirse a aquellas que puedan provocarle un trauma, a aquellas que revelen “el verdadero Otro”.
La otra manifestación, que a mi juicio es esencial y distinta de la anterior que se queda en la parte formal, es situar cualquier expresión multicultural desde la perspectiva de su condición de clase. La política de la verdad del leninismo se caracteriza, precisamente, por burlar las apariencias de caridad, compañerismo, nacionalismo etc., cuando un fenómeno, desde esta perspectiva, favorece a la burguesía en la lucha permanente con el proletariado. La verdad leninista va más allá de las críticas a Materialismo y Empiriocriticismo por parte de Zizek, como una errónea concepción de la relación entre el ser y el pensar. No es la teoría del reflejo planteada por Lenin una simple absolutización de la relación antes planteada, ni una falta de comprensión de la dialéctica. A mi juicio, y lo que Zizek, aunque observa, no dimensiona correctamente, es el factor fundamental de la verdad leninista es su compromiso absoluto con la lucha de clases que reconoce y dentro de la cual, naturalmente, toma partido. La lucha de clases se impone hasta a la concepción misma del concepto de verdad.
La idea de la conciencia externa que llega desde el partido al proletariado no es absoluta. Eliminar el carácter consciente de la actividad práctica que realiza el proletariado y que le orienta, partiendo de la definición de Sánchez Vázquez como “conciencia ordinaria” hacia un reconocimiento de su condición de clase, no parece ser un simple error. Zizek reconoce algunas de las falencias filosóficas del planteamiento, pero no observa las necesidades políticas del mismo. Lenin no escribe solo como filósofo, y su papel no es defender solo la verdad teórica. Lenin es un político y su objetivo inmediato es la conquista del poder y la transformación del Estado capitalista en uno socialista. Por lo tanto, la verdad por sí misma no se defiende, se defiende la verdad que en la lucha de clases favorezca al proletariado. Zizek reconoce esta condición de clase de la verdad en el prólogo a la selección de obras de Lenin que presenta en Territorios Inexplorados:
Lo primero que hay que tener en cuenta aquí es que la verdad que estamos tratando no es “objetiva”, sino una verdad autorrelacionada sobre nuestra posición subjetiva; como tal, es una verdad que nace del compromiso, medida no por su precisión fáctica, sino por el modo en que afecta a la posición subjetiva de enunciación… De este modo habría que releer la tesis XI de Marx: la “prueba” de la teoría marxista es el efecto verdad que desencadena en sus receptores (los proletarios), al transformarlos en sujetos revolucionarios. [9]
Este carácter de clase del multiculturalismo queda evidenciado en uno de los fenómenos más frecuentes y necesarios del capitalismo, la inmigración. Las raíces del movimiento masivo de gente de un país a otro en busca de mejores condiciones de vida es la natural consecuencia de la política colonialista. Los movimientos sociales de estas características surgen del despojo de las riquezas naturales y de fuerza de trabajo que los países del “primer mundo” perpetran en las naciones que juegan un papel secundario en el desarrollo del capitalismo. Es desde esta perspectiva desde la que debe analizarse la destrucción de las culturas originarias en los países de África y América. Visto desde la configuración del multiculturalismo, es políticamente correcto ofenderse, desde la seguridad de la distancia, por las críticas a los migrantes quienes solo buscan mejores oportunidades de vida. La reacción, sin embargo, de la clase trabajadora, es normalmente “fundamentalista” al respecto. Son ellos los que tienen que competir con la fuerza de trabajo barata que ingresa; es a ellos a los que la competencia en el mercado laboral deja en desventaja, considerando que ante la falta de oportunidades los migrantes acepten las peores condiciones laborales: salarios paupérrimos, ausencia de seguridad social, jornadas laborales extenuantes etc.
La caravana migrante que desde Honduras y Guatemala atravesó México con la intención de llegar a los Estados Unidos es un claro reflejo de esto. Son los trabajadores los más preocupados por la competencia en un país que de por sí tiene pésimas condiciones y en los que la oferta de trabajo y las condiciones del mismo se verán afectadas frente al reforzamiento del llamado en términos marxistas “ejército industrial de reserva”. La clase media y la clase alta no tardan en dar su apoyo desde su segura condición laboral y de vida a los migrantes que llegan al país, a sabiendas de que no se verán afectados por estos movimientos necesarios en el funcionamiento del sistema económico. Su “comprensión” queda resguardada por su realidad. Los que se quejan, con justas razones, son, sin embargo, acusados de fundamentalistas, racistas y enemigos de la especie humana.
El liberal tolerante en principio admite el derecho a creer, al mismo tiempo que rechaza cualquier creencia determinada por “fundamentalista”. La broma suma de la tolerancia multiculturalista es, por supuesto, el modo en el que se inscribe en ella la diferencia de clase: para colmo (ideológico) de males (político-económicos), los individuos políticamente correctos de las clases altas utilizan para reprochar a las clases bajas su “fundamentalismo” paleto y conservador. [10]
Los virajes políticos hacia los gobiernos populistas de derechas que a últimas fechas han resurgido en varias partes del mundo, encuentran en fenómenos de este tipo su explicación. El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Mauricio Macri en Argentina y el muy reciente triunfo del partido VOX en Andalucía con una mayoría aplastante, son el reflejo, en primer lugar, del fracaso de los movimientos de izquierda. Su estrategia de enfrentarse al capitalismo bajo los mismos principios del neoliberalismo no ha repercutido en las condiciones de vida reales de las grandes mayorías. Su fracaso recala en la ausencia de políticas económicas y sociales radicales. Pretenden dar soluciones sin lastimar a los grandes monopolios, lo que se traduce en un rechazo de las mayorías empobrecidas a perpetuarlos en el poder político. En segundo lugar, las políticas de derechas, con su fanatismo conservador y racial, parecen tener como uno de sus efectos, hasta cierto punto coyuntural en la defensa a ultranza del nacionalismo, la garantía a los trabajadores de que la competencia laboral se verá disminuida y la “invasión” se detendrá plantando nuevos muros en todas las fronteras. Es, a final de cuentas, una fantasía. No se detendrán los movimientos migratorios porque emanan del funcionamiento mismo del capital y seguramente, como ya se ha comenzado a observar, la política de los partidos de derechas no solo no mejorará la vida de los trabajadores, Francia en este momento es testigo de ello, sino todo lo contrario, radicalizará la política neoliberal y terminará por desengañar a una clase que sin conciencia pero con necesidades reales, ha caído en esta fantasía populista de derechas.
Convendría no confundir la hierba con la maleza, es decir rechazar el racismo populista antiinmigrantes por mor de una aperturismo multicultural, obviando su contenido desplazado de lucha de clases. Con todo lo bienintencionada que pretende ser, la mera insistencia en un aperturismo multicultural es la forma más capciosa de lucha contra la clase trabajadora. [11]
No se pretende justificar el triunfo de los gobiernos ultraconservadores, de derechas y en algunos casos abiertamente fascistas. Pero la crítica de Zizek cobra cierta relevancia en torno a los partidos de izquierda como culpables parcialmente de esta desilusión popular que orilla a las grandes masas a buscar soluciones en el seno de su peor enemigo.
¿De qué manera habrá que enfrentarse entonces al relativismo de la verdad? ¿Cómo unificar todas las luchas multiculturales aisladas que combaten contra algunas particularidades del capitalismo si el proletariado como clase redentora y cabeza de esta gesta, en la lógica marxista, ha perdido relevancia como ente aglutinador? Es aquí precisamente donde surge el legado de Lenin. No como una salida radical y única a los problemas cada vez más complejos que presenta el capitalismo cien años después de la gesta de octubre, sería no solo anacrónico, sino antidialéctico. El legado consiste en poner sobre la mesa la política de la verdad para enfrentarse al sinnúmero de verdades parciales y particulares que debilitan a esta verdad universal a la que tanto teme el capitalismo voraz de nuestros días; en unificar las luchas aisladas que el multiculturalismo promueve y necesita para volverlas una lucha social hegemónica, en no esperar la aprobación del gran Otro para efectuar la lucha, sino precisamente volverse la contradicción de este gran Otro de manera efectiva.
Por consiguiente, el primer elemento del legado de Lenin que habría que reinventar en la actualidad es la política de la verdad, hipotecada tanto por la democracia política liberal como por el “totalitarismo”. La democracia, por supuesto, es el reino de los sofistas: sólo hay opiniones, cualquier referencia por parte de un agente político a alguna verdad definitiva se denuncia como “totalitaria”. Sin embargo, lo que imponen los regímenes del “totalitarismo” es también una mera apariencia de verdad: una enseñanza arbitraria cuya función no es más que la de legitimar las decisiones pragmáticas de los gobernantes. Vivimos en una era posmoderna en la que las afirmaciones de verdad se rechazan como tales, en tanto que expresión de mecanismos de poder ocultos: tal y como les gusta recalar a los nuevos seudonietzscheanos, la verdad es la mentira más eficaz para afirmar nuestra voluntad de poder. [12]
El segundo contenido del legado consiste precisamente en la defensa de esta verdad. No se trata solo de enunciar e identificar las falencias cada vez más evidentes dentro del sistema, es preciso tomar partido al respecto. Esta toma de partido exige un compromiso con la verdad que se enuncia, cuya sola expresión teórica se puede quedar, a lo sumo, en una interesante perspectiva, o, siendo absorbida por la relatividad de la verdad que se ataca, como un punto de vista particular, emanado de circunstancias propias y únicas que sería totalizador pretender imponer a los demás como su verdad. El riesgo existe, y el hecho de mantener la distancia con la verdad que se articula impide que ésta deje los cielos para asentarse en la tierra.
Lenin pretendió en su momento llevar la política de la verdad hasta sus últimas consecuencias, tal como hiciera Robespierre en 1792. Las consecuencias, a juicio de Zizek necesarias siguiendo el programa leninista, se reflejaron en el estalinismo. A su juicio no pudo desembocar el proyecto leninista de una forma distinta a la que la historia nos ha revelado. No es lugar par entrar en esta controversia, pero podría discutirse la relación necesaria que establece el filósofo esloveno entre el legado leninista y el estalinista.
Sin embargo, la toma de partido de la verdad y su defensa militante, se revelan fundamentales en el legado leninista. La unificación de las luchas que el multiculturalismo liberal mantiene intencionalmente disgregadas puede encontrar un elemento común unificador en su condición de clase trabajadora, y un enemigo en común, el capitalismo. De esta forma la verdad podrá manifestarse en acciones realmente destructivas en torno al gran Otro, el capitalismo. Siguiendo la tónica leninista, habrá, sin embargo, que comprometerse vitalmente con esta verdad, volverla la razón de ser de nuestro accionar y llegar con ella a las últimas consecuencias, llenando así el vacío de la “revolución sin revolución” que vive nuestra época. Al respecto las palabras de Lenin en el Comité Ejecutivo de los Sóviets, son suficientemente claras:
¿Creéis que el camino de la Revolución está sembrado de rosas?, ¿qué no hay más que marchar de victoria en victoria, al son de “La Internacional” y con las banderas al viento? Así sería fácil ser revolucionario. No, la Revolución no es un juego divertido. No, el camino de la Revolución está lleno de zarzas y espinas. Aferrándonos al suelo que se nos escapa, con nuestras uñas y nuestros dientes, arrastrándonos si es necesario, cubiertos de lodo, debemos marchar, a través del fango, hacia delante, hacia el comunismo y saldremos vencedores de la prueba. [13]
Se trata, en definitiva, de defender una verdad que se imponga como universal frente al capitalismo, que se comprometa sobre todas las cosas con el espíritu de clase unificador de todas las pequeñas reivindicaciones válidas y reales pero estériles si existen aisladas. No se trata de decirle al amo lo que nos molesta para que lo devuelva en forma de mercancía y sin el agente dañino y peligroso, se trata de reivindicar la verdad de manera teórica y práctica con un compromiso vital, absoluto, y sin el auspicio de la lógica predominante. Solo así, creando “nuevas cuerdas” obtendremos “nuevos tonos” que permitan una ruptura definitiva con el capitalismo moderno.
Abentofail Pérez es licenciado en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Bibliografía y referencias
[1] Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Madrid, Akal, 2004, p 8.
[2] Zizek, Slavoj, Territorios inexplorados, Madrid, Akal, 2018, p 17.
[3] Walter, Gerard, Lenin, Biblioteca libre Omegalfa, p 267.
[4] Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Op. cit. p 8.
[5] Ibid p 4.
[6] Zizek, Slavoj, Territorios inexplorados, Op. cit. p 18.
[7] Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Op. cit. p 11.
[8] Ibid p 9.
[9] Zizek, Slavoj, Territorios inexplorados, Op. cit. p 20-21.
[10] Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Op. cit. p 16.
[11] Zizek, Slavoj, “Un gesto leninista hoy. Contra la tentación populista” en: Bugden, Sebastián, Kouvelakis, Stathis, Zizek, Slavoj, Lenin reactivado, hacia una política de la verdad, Akal, Madrid, 2010, p 79.
[12] Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Op. cit. p 14.
[13] Walter, Gerard, Lenin, Op. cit. p 579.
Walter, Gerard, Lenin, Biblioteca libre Omegalfa.
Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Madrid, Akal, 2004.
Zizek, Slavoj, Territorios inexplorados, Madrid, Akal, 2018.
Zizek, Slavoj, “Un gesto leninista hoy. Contra la tentación populista” en: Bugden, Sebastián, Kouvelakis, Stathis, Zizek, Slavoj, Lenin reactivado, hacia una política de la verdad, Akal, Madrid.