Arte abstracto contra el nuevo realismo

Mayo 2020

El pop-art, de difícil definición, es a grandes rasgos un nuevo movimiento artístico del siglo XX característico por representar imágenes de lo más popular, reflejando así la cotidianeidad de la forma más objetiva posible. Ejemplo de esto es la serie de pinturas de latas de conserva de Andy Warhol, o su famosa reproducción de Marilyn Monroe.  

Se sabe del apoyo que tuvo el pop-art estadounidense por parte de los aparatos de inteligencia interesados en utilizar esta forma de expresión en contra del comunismo. Pero más interesante aún es la lucha de esta moderna tendencia contra una que no podría calificarse de revolucionaria: el arte abstracto.

Esta última fue muy contraria al pop-art y pretendió ser simplísima al grado de que no importara la representación de objetos del mundo real. La intención es alejarse lo más posible de lo terrenal y, de este modo, poner el acento en la sobre-interpretación de la obra, una de las formas del subjetivismo en el arte.

Sin embargo, la contradicción entre estas corrientes artísticas no es tan sencilla como parece pues, aunque contrarias en la forma, son muy similares en el contenido.

Un pasaje peculiar ilustra esta curiosa lucha entre las dos posturas artísticas. En la Exposición Internacional de Venecia de 1964 se enfrentaron dos exponentes de las distintas expresiones. Dichos artistas venían de un contexto en donde el pop-art estadounidense intentaba ganarle terreno al abstraccionismo, radicado desde hacía tiempo en la escuela francesa. Querían, según expresión de dichos artistas, “mudar la capital del arte” de Francia a Estados Unidos. Y no era que les interesara tanto el desarrollo artístico, como se puede ver en la utilización del arte moderno como contrapeso a las tendencias comunistas, sino que les interesaba que se valorizara el arte de su país y garantizar que la bolsa de valores invirtiera en obras de arte. Esta utilización mercantil de la nueva corriente justificaba el enorme monto de dinero invertido por millonarios estadounidense en la prensa y la publicidad, esencial para impulsar el gusto por el nuevo arte. Quedaba conquistar la opinión internacional, objetivo que se logró ganando la exposición de la “Bienal” de 1964.

Quien participó como representante del naciente pop-art fue Robert Rauschenberg y obtuvo el premio a pesar de los gritos de protesta de los adversarios, quienes “… se declararon defensores de lo viejo, del buen humanismo en contra del barbarismo del nuevo mundo”, como consta en las declaraciones que se publicaron en el semanario L´Express.  Sin embargo, esta enemistad no duró mucho, pues los inversionistas del arte abstracto temían que se depreciara su colección y empezaron a inyectarles nuevamente dinero.

Lo peculiar de la historia de dicha disputa, es que nos revela que más que una lucha entre las ideas estéticas, lo que les impulsaba a estas corrientes eran intereses con un claro sello económico. El discurso estético fue utilizado a conveniencia; a los abstraccionistas no les molestó declararse defensores de lo viejo, siendo que ellos habían dado la batalla en favor de la libertad de expresión, criticando el viejo realismo que no permitía el alejamiento de la representación de los objetos para la creación artística.

El arte abstracto francés aprendió rápido y empezó a fusionarse con las modernas corrientes, llegando pronto a los podios de las exposiciones y concursos internacionales, olvidándose de su pasado discurso estético y adoptando el nuevo. Definitivamente, cuando se tienen intereses comunes, no es tan difícil llegar a un acuerdo que salve al amigo, por muy contrarios que en la forma, en el discurso estético, se muestren.


Jenny Acosta es licenciada en Filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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