Abril 2020
Se cumplieron 150 años del nacimiento de Vladimir Ilich Ulianov, mejor conocido como Lenin. Hoy son pocos los que recuerdan esta fecha, y menos aun los que la celebran. Pero no siempre fue así. Desde el triunfo de la Revolución Rusa, en octubre de 1917, hasta la caída de la Unión Soviética, en 1991, el nombre de Lenin recorrió todo el orbe. Para bien o para mal, el revolucionario bolchevique era conocido en todo el mundo. Las élites y los gobiernos de los países capitalistas vacunaban a sus pueblos contra el fantasma del comunismo, y empleaban todo su arsenal ideológico para hacer de Lenin -junto a Marx- el principal culpable del terror rojo que amenazaba al mundo libre. En los países socialistas, los teatros, las escuelas, cines, plazas, avenidas y museos, llevaban su nombre; su obra era admirada y se estudiaba su pensamiento. Fue después, con la derrota del bloque socialista, el surgimiento del mundo unipolar, y la implantación global del capitalismo neoliberal, cuando su nombre comenzó a desvanecerse. Han querido sepultar a Lenin en el olvido.
Incluso algunos comunistas le dieron la espalda al genio bolchevique. El colapso de la URSS y el triunfo bloque capitalista fue leído por muchos como la prueba irrefutable de que el comunismo había fracasado, que toda la experiencia de la Unión Soviética había sido un error, y que, por lo tanto, las tesis principales de su fundador eran erróneas. Lenin estaba mal, dijeron, y el aparato ideológico de la burguesía internacional se encargó de repetirlo hasta que nadie cuestionara esa verdad. En general, la derrota socialista representó una diáspora para la izquierda mundial. Pero desde antes de que ese momento llegara, varios comunistas europeos y de otras latitudes ya habían renegado del pensamiento leninista para acercarse más a los planteamientos de la socialdemocracia. Para ellos, las instituciones políticas del capitalismo se habían desarrollado a tal punto que ahora era posible formar un partido, ganar las elecciones, gobernar, y promulgar reformas socioeconómicas que paulatinamente hicieran posible transitar con suavidad del capitalismo al socialismo. Sustituyeron la lucha de clases por la democracia, separaron al leninismo del marxismo, y se alejaron de los planteamientos revolucionarios de Lenin. De esta manera, el legado del líder bolchevique llegó con debilidad al siglo XXI, tanto a nivel general como entre la izquierda.
¿Cuál es hoy la vigencia del leninismo? Lenin retomó el pensamiento de Marx para explicar la Rusia zarista del siglo XIX, y para transformar esa sociedad atrasada, pobre y semifeudal, en un país de vanguardia, rico y socialista. Desde sus años universitarios en Kazán, cuando se planteó la necesidad de transformar la sociedad rusa, hasta la revolución de octubre de 1917, toda la producción teórica de Lenin giró en torno a dos cuestiones: cómo derrocar al régimen capitalista sostenido por los zares, y qué tipo de sociedad se construiría una vez que la revolución triunfara. Así, Lenin llegó a la conclusión de que era necesario crear un partido de cuadros, un partido de clase formado por revolucionarios profesionales, capaz de constituir la vanguardia del proceso revolucionario, de organizar y concientizar a las masas, y de conducir a estas en su lucha por el poder. El triunfo de 1917 significó la victoria del leninismo sobre el terrorismo populista, sobre el anarquismo y sobre los socialdemócratas reformistas, ninguno de los cuales resultó capaz de organizar a las masas para liberarlas del zarismo opresor. A partir de entonces, octubre de 1917, el nombre de Lenin cobró fama internacional.
Primero llegó a Europa. Era tan poderosa su atracción entre las masas que fue necesaria la creación de una fuerza totalitaria que detuviera la influencia de Lenin. Surgieron entonces el franquismo en España, el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania, experimentos sociales alentados por la alta burguesía para frenar a toda costa el avance del comunismo en la Europa central, mientras los gobiernos “demócratas” aplicaron medidas represivas -como el macartismo en Estados Unidos- para evitar con mano dura el crecimiento del comunismo en el llamado “mundo libre”. En la periferia Lenin tuvo más éxito. En China, los comunistas que marchaban con Mao expulsaron a los japoneses del territorio nacional, primero, y posteriormente vencieron a las élites internas representadas por Chian Kai-shek, fundando en 1949 la República Popular China y declarándola socialista. En Cuba, Fidel derrotó al dictador Fulgencio Batista en 1959, y se instauró en la isla un régimen socialista que se convirtió en la principal inspiración de los revolucionarios latinoamericanos. En Vietnam, los luchadores agrupados en torno a Ho Chi Minh libraron una doble guerra de liberación, primero para independizarse de los franceses, y luego para expulsar a los estadounidenses, que aprovechando la Guerra Fría trataron de implantar un régimen capitalista haciendo uso de su máquina bélica; en 1975, tras veinte años de guerra popular, los vietnamitas lograron derrotar a los imperialistas norteamericanos que se habían apropiado de la mitad sur del país, reunificándolo nuevamente y declarando el carácter socialista de Vietnam. Mao, Fidel y Ho Chi Minh, aplicaron en sus respectivos países la teoría leninista de la revolución.
Puede decirse, entonces, que históricamente los planteamientos desarrollados por Lenin han sido efectivos para llevar a cabo transformaciones sociales de gran calado. Es necesario recordar esto en un mundo cada vez más urgido de otras formas de organización social. El capitalismo neoliberal de hoy ha llegado a un punto de su desarrollo que no solo somete y explota a los trabajadores de todo el mundo, sino que amenaza incluso la supervivencia de la humanidad debido a la explotación desmedida de los recursos naturales con el único objetivo de producir más plusvalía.
Hoy se vuelve imperativo rescatar a Lenin del olvido en el que lo han tratado de enterrar. Es necesario, primero, romper con la vieja idea de que el fracaso de la URSS significó al mismo tiempo el fracaso de Lenin. Porque el legado del líder bolchevique, más que dictar las formas que debe adoptar la organización social que supere al capitalismo, brinda las pautas necesarias para combatir con éxito al sistema capitalista actual. La construcción de la nueva sociedad es tarea de los hombres y mujeres de hoy, pero para erigir una nueva forma de organización social, es necesario primero destruir la que ya existe, tarea en la que Lenin se vuelve indispensable. Porque antes que un pensamiento dogmático, el leninismo es una potente arma teórica capaz de guiar a los pueblos del mundo en la lucha por su liberación. A 150 años de su nacimiento, el nombre del revolucionario ruso debe volver al debate público.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.