Abril 2020
El pasado 14 de abril, el Fondo Monetario Internacional dio a conocer sus estimaciones sobre el comportamiento que tendrá la economía mundial este año. De acuerdo con el organismo, mientras algunos países asiáticos como China e India tendrán un crecimiento de 1.2% y 1.9%, respectivamente, la mayoría de los países occidentales enfrentará una recesión que algunos especialistas equiparan con la Gran Depresión de 1929: el PIB de Italia decrecerá 9.1 puntos porcentuales, el de Reino Unido 6.5%, la economía de Brasil caerá 5.3%, y hasta la superpotencia norteamericana tendrá un crecimiento de -5.9%. En México el PIB caerá 6.6%, lo que debilitará todavía más la de por sí exangüe economía nacional -recuérdese que ya desde el año pasado el PIB mexicano no creció, se contrajo. No hay duda, pues, de que enfrentamos una crisis económica de dimensiones históricas. ¿Qué debemos hacer los mexicanos para sortear la tormenta?
Si partimos de una concepción marxista de la sociedad, podemos afirmar que no existe una respuesta única, sino tantas como clases sociales hay en nuestro país. A grandes rasgos, estas son tres: los trabajadores del campo y la ciudad que viven en pobreza -91 millones-; los profesionistas bien pagados y los medianos empresarios, cuyos ingresos los colocan por arriba de la línea de pobreza pero sin poder gozar grandes lujos -30 millones-; y la gran burguesía, un selecto 1% que concentra el 43% de la riqueza nacional -144 mil personas. A grandes rasgos, la población mexicana se divide en estos tres sectores a partir de sus ingresos (Julio Boltvinik y Oxfam), aunque en realidad la clase media funciona como un punto de transición entre los dos polos clásicos del capitalismo: burguesía y proletariado. Ante la crisis, la gran burguesía teme perder algunos de sus millones, mientras la clase media y los trabajadores temen caer en la miseria. Dado que sus intereses son antagónicos, resultaría ingenuo pensar en una posición que pueda beneficiar por igual a ambas partes. ¿Cuál de las dos posiciones debe asumir el gobierno?
Históricamente, las grandes crisis siempre las han pagado los pobres. Recordemos dos casos. El primero es la crisis mundial de 2008, cuando los grandes bancos mundiales quebraron debido al colapso de la burbuja inmobiliaria. La crisis provocó el cierre de miles de pequeñas y medianas empresas, millones de trabajadores fueron despedidos, una parte importante de la clase media cayó en la pobreza y para muchos otros que ya eran pobres la pobreza se volvió miseria. Al final, los grandes bancos fueron rescatados por el gobierno. Lo mismo ocurrió en México con la crisis de 1994, el llamado “Efecto Tequila” o “Error de diciembre”, cuando el gobierno mexicano decidió rescatar a los bancos volviendo pública la deuda privada. Mientras la alta burguesía era rescatada por el gobierno, la clase media y los trabajadores pobres quedaron totalmente desamparados. Puede decirse que, tanto a nivel mundial como nacional, los gobiernos han adoptado siempre la posición de la gran burguesía.
Obrador ha dicho que en esta crisis su gobierno defenderá más a los pobres que a los grandes empresarios, ¿pero hasta dónde es así? Hasta ahora, las únicas medidas que ha tomado el gobierno para hacer frente a la crisis, son las que anunció el 5 de abril, y que se pueden resumir en los siguientes puntos: 1) Mantener los programas de entrega de dinero; 2) Continuar la construcción de Dos Bocas, el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía; y 3) Profundizar la austeridad en el gobierno. Como se ve, el plan consiste, básicamente, en hacer lo que ya se hacía antes de la pandemia: repartir dinero entre 22 millones de mexicanos, continuar los megaproyectos de la 4T y seguir recortando el presupuesto del aparato estatal. No se anunciaron medidas para contrarrestar los efectos de la crisis ni se lanzó un plan bien estructurado para reactivar la economía nacional.
El anuncio no gustó a las cámaras empresariales del país, que se pronunciaron enérgicamente a través del Consejo Coordinador Empresarial y la Confederación Patronal de la República Mexicana. La burguesía nacional señaló que el plan de AMLO no consideraba medidas para evitar el cierre de las pequeñas y medianas empresas -como la condonación de impuestos- por lo que millones de pequeños y medianos empresarios quebrarán, con el consecuente despido de trabajadores. Aunque hablan en nombre de pequeñas y medianas empresas, estas son en realidad un recurso retórico, pues a la alta burguesía le interesa más defender sus grandes inversiones que la supervivencia de los demás. Y es cierto. En este sentido, el gobierno actual se aleja del comportamiento tradicional de rescatar a los millonarios. Sin embargo, no asumir la posición de la gran burguesía no significa identificarse plenamente con la posición de los trabajadores.
Para que realmente se asuma la posición de las capas mayoritarias de la sociedad, el gobierno necesitaría implementar un plan ambicioso que le apueste a la protección efectiva de los grupos más vulnerables. Los apoyos monetarios destinados a los 22 millones de beneficiarios no serán suficientes para que estos sobrelleven la situación, pues los ingresos laborales que percibían antes de la crisis habrán disminuido o desaparecido. Por otra parte, los millones de empleos que AMLO prometió crear durante este año para ayudar a los pobres, no pasan de ser un artilugio discursivo, ya que tan solo entre la última semana de marzo y la primera de abril se perdieron 350 mil empleos, más de los que creó el gobierno en todo 2019. Esto es todo lo que ofrece la 4T para las clases trabajadoras. Los 91 millones de pobres están prácticamente abandonados.
Ante la crisis actual, el gobierno no termina de decantarse plenamente por la posición de los trabajadores ni por la de la gran burguesía. Este perfil carente de un compromiso definido ha caracterizado toda la gestión de la 4T hasta ahora y es poco probable que lo modifique con la crisis. Por el lado de la burguesía, no impulsará la necesaria reforma fiscal que haga pagar más impuestos a los más ricos, pero tampoco cederá totalmente a los intereses dictados por las grandes empresas. Por el lado de los trabajadores, no dejará de repartir los apoyos monetarios que le garantizan una base electoral, pero tampoco buscará más recursos -adquiriendo deuda pública, por ejemplo- para implementar programas que garanticen el acceso de las capas empobrecidas a la alimentación y a los servicios básicos. Un gobierno que no asume una posición clara, y que no enfrenta la crisis con determinación, es un gobierno ausente. La 4T no dimensiona las terribles consecuencias que tendrá esta crisis para las clases trabajadoras. Urge un gobierno que tome posición y actúe responsablemente en esta difícil coyuntura.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.