La falsa conciencia y la 4T

Marzo 2020

Tras las elecciones presidenciales del 2018 se desencadenó un gran furor al darse a conocer que el ganador de la contienda era el Lic. Andrés Manuel López Obrador. Esto fue así porque el descontento popular era tal que el pueblo de México ya no estuvo dispuesto a seguir aplicando la misma fórmula de las elecciones pasadas, y decidió poner al frente del Estado mexicano a un político que desde hace mucho tiempo había estado tratando de convencer a la masa de que él era la mejor opción para sacarla de su miseria. Esta situación representa un intento del pueblo mexicano por cambiar la situación en que los gobiernos anteriores lo habían mantenido; sirvió para poner de relieve —si es que aún no era evidente— cómo el pueblo mexicano cree que puede tomar en sus manos las riendas del país para encaminarlas a mejoras para él mismo, es decir, para la mayoría.

Pero lo que verdaderamente llama la atención de este proceso electoral y su resultado es la cantidad de argumentos, y sobre todo la baja calidad de éstos, que se vertieron para apoyar la idea de que López Obrador era la mejor opción para los mexicanos. Uno de los más repetidos —sobre todo por intelectuales más críticos hacia la figura del ahora presidente— es que, de todos los candidatos, era el aspirante de MORENA quien representaba el mal mejor, el que más convenía por ser el que tenía el discurso de más apoyo (y al parecer la disposición también) hacia la gente pobre. Otros mencionaban que, aunque no pudiera cumplir con todas sus promesas de campaña, por lo menos estaría contribuyendo a que el pueblo despertara de una vez por todas y empezara a tener una participación más activa en la política, que le permitiera ir avanzando en su concientización para conseguir la emancipación definitiva de las clases que hasta ahora han dominado la política en nuestro país.

Argumentos tan abstractos como éstos no ayudan a aclarar la complejidad de la política y la mejor manera de ayudar al pueblo a través de ella, muy al contrario, pretenden que se acepten las razones más simples, más generales y, de esta manera, utilizar la inconformidad de la gente para que le dé su voto a los candidatos que representan los intereses de algún sector de la sociedad. ¿Bajo qué premisas se argumenta que el candidato con el discurso más popular es el mejor?, ¿por qué se cree que las simples reformas en la política o economía del país van a ayudar a la politización de la gente? Las respuestas a estas preguntas implican una preconcepción filosófica que sustentan dichas opiniones, y estos fundamentos filosóficos, en muchas ocasiones, no son explicitados, o bien por ignorancia de las ideas que presuponen o bien por un deliberado intento de esconder las ideas de fondo que defiende quien así lo ha manifestado. Pues bien, la intención del presente trabajo es hacer explícitas las razones profundas de por qué un cambio como el que propone el presidente de la república puede significar un mal grande para la politización del pueblo.

Hay que recordar que para el marxismo es importante caracterizar bien a los movimientos revolucionarios; no cualquier movimiento de este tipo puede efectuar una transformación de la realidad. En algunos momentos de su vida, Marx le puso más ahínco al combate contra los falsos revolucionarios que contra los abiertamente conservadores o reaccionarios, esto porque consideraba que la caracterización del movimiento revolucionario debería ser tal que la masa popular eligiera de manera correcta —contando con los elementos necesarios para tal elección— al partido revolucionario que realmente entendiera la realidad social, ya que, de otra manera, podría resultar infructuoso o contraproducente para el proceso revolucionario.

En el caso del gobierno de López Obrador se pueden mencionar por lo menos dos aspectos que han puesto de manifiesto cómo la forma de hacer política que él busca es, en realidad, contraproducente para la organización y concientización de la masa popular. El primero de estos aspectos consiste en el análisis abstracto que se hace de la sociedad. El conjunto social —según la posición filosófica de algunos pensadores como los iusnaturalistas, Hobbes o Locke— es la suma de todos los individuos que la conforman, por eso, si se quiere hacer un análisis de este conjunto se tiene que analizar al individuo. El error de una postura como esta se encuentra en que se toma al individuo creyendo que puede existir independientemente del conjunto social, de la colectividad; se le analiza como si pudiera existir antes de que el conjunto social lo formara. Esta manera de proceder “… cuando… cree haber encontrado la máxima concreción es cuando está más lejos de ella: la sociedad como totalidad concreta, la organización de la producción a un nivel determinado del desarrollo social y la división en clases que esa organización produce en la sociedad”.

La sociedad está conformada por individuos, eso es cierto, pero éstos no son sujetos que puedan presentarse antes de la formación social, menos aún cuando lo que se está pretendiendo analizar es un momento específico, una forma concreta de la sociedad. Los individuos adquieren características específicas dependiendo del contexto social en el que se encuentren (tales como gustos estéticos, lenguaje, forma de comprender su entorno, hábitos, sólo por mencionar algunos), y estos rasgos están determinados más directamente por la clase social a la que los individuos pertenezcan.

Tomando en cuenta lo dicho hasta aquí se comprende con mayor profundidad esta aseveración de Marx: las relaciones que se establecen dentro del conjunto social “… no son relaciones de individuo a individuo, sino relaciones entre obrero y capitalista, entre campesino y propietario de la tierra, etc. Borren estas relaciones y habrán aniquilado toda la sociedad…”. No sólo se comprende mejor, sino que también respalda lo ya dicho: la manera que más garantiza un análisis certero de los problemas de una sociedad en específico, es considerando al individuo como un miembro orgánico de un conjunto social que le da forma, a partir del cual se van determinando, en última instancia, los problemas con los que se enfrenta. Es por esto que la manera que este gabinete ha presentado como la más optima para solucionar los problemas del país es, en realidad, la más errónea.

Es lugar común en los discursos del señor presidente afirmaciones del tipo: Todo el apoyo se dará a cada ciudadano; ya no atenderemos demandas de conjunto porque los líderes se quedan con el apoyo; si le damos el apoyo directamente al ciudadano afectado, aseguramos su buen uso y que el problema se erradique… Se trata de una política que prioriza los problemas del individuo por encima de los problemas del colectivo, que no alcanza a notar cómo los problemas de los ciudadanos no tienen su origen únicamente en las particularidades del ciudadano sino también en las particularidades de su contexto social, siendo este último el que marca la tendencia de los problemas individuales. El modo de solucionar es congruente con el modo de analizar, pero esta forma de estudiar la sociedad es incorrecta pues se deja de estudiar la sociedad; es decir, aunque se está haciendo el análisis que se cree más concreto, en realidad se están negando los sustentos materiales que hacen concreto el análisis social y el del individuo, o sea, las condiciones histórico-concretas que originan dichos problemas. Creer que la suma de las “soluciones” a las inconformidades o problemáticas individuales da como resultado la solución a los problemas del conjunto es una idea falsa, pues tal vez se “solucionan” los efectos pero no la causa. Incluso éstos no encuentran un remedio totalmente satisfactorio, precisamente porque no se logra erradicar las condiciones que les dan pie.

Este análisis abstracto de la realidad trae como consecuencia —al tiempo que puede ser también su origen— un segundo aspecto de la política de la 4T que retrasa la concientización colectiva del pueblo mexicano. Es pertinente que antes de entrar propiamente a exponer este tema se muestre cuál es la relación que existe entre la lucha colectiva y el conjunto social que origina los problemas que aparecen como “individuales” —que es el problema que se trató en el aspecto primero— y su transformación, para que el aspecto que nos interesa en este segundo punto sea más claro.

Que la historia es un proceso humano es una de las premisas del marxismo y de otras corrientes filosóficas como la Ilustración. Se trata de aceptar que el destino de los humanos y los pueblos está en sus manos; que se tiene la posibilidad de encaminar la dirección hacia algún u otro lugar. Esto no significa que se pueda tomar el camino que se sienta, piense o imagine como el mejor sólo porque así parece ser; los deseos, esperanzas o acciones que se tomen pueden estar en desfase con las condiciones concretas de la sociedad y, en ese sentido, sólo pueden quedarse en el deseo. Esta imagen que los hombres se forman de su realidad sin lograr acercarse a las posibilidades objetivas que la realidad brinda, es lo que se conoce como falsa conciencia. La falsa conciencia es falsa no porque sea lo que un grupo o individuo espere, sino porque eso que se espera está en desfase con las condiciones concretas en las que ese deseo surge.

Una conciencia verdadera, por su parte, adquiere su carácter de verdad porque es “… la reacción racional adecuada, que, de este modo, debe ser adjudicada a una situación típica determinada en el proceso de producción, es la conciencia de clase.” Se trata, pues, de una concepción y percepción de los procesos concretos acorde a estos procesos concretos, un análisis de la realidad que responde congruentemente con la objetividad analizada y que es tomada como propia por un sector de la sociedad. Esta conciencia verdadera no será la misma para todos los sectores de la sociedad pues, según lo dicho anteriormente, las condiciones específicas de todos estos sectores es distinta. Aquí se vuelve a mostrar la necesidad de una análisis que responda a las condiciones objetivas, pues sólo así se puede tener conciencia del lugar en que se está y, a partir de éste, las acciones que se deben tomar para llegar a cierta situación deseada.

Antes de contestar a la pregunta inmediata de en qué sentido la postura adoptada por la 4T no permite la correcta obtención de la conciencia de clase, debe decirse que lo que interesa es la concientización pero de un sector en específico. Evidentemente habrá algún sector que vea en la política implementada por este gabinete la forma correcta —de acuerdo a sus condiciones concretas— de solucionar sus problemas; sin embargo, esta característica de “adecuada” o “correcta” no puede ser propia de todos los sectores sociales. El sector cuya conciencia de clase interesa en este trabajo es el de los proletarios. Con este matiz en la mira veamos cómo la política de la 4ªT no es la respuesta racional adecuada para la clase proletaria, incluso cuando algunos fragmentos de esta clase lo consideren de esta manera —en este sentido hablamos de una falsa conciencia—.

Los fundamentos de la política que está siendo realizada por el licenciado López Obrador pueden encontrarse en dos puntos: el combate a la corrupción —que desde su perspectiva es la fuente de la pobreza nacional— y la aplicación de programas de Transferencia Monetaria Directa —con los que se pretende subsanar los estragos de la corrupción—. Un análisis detenido y objetivo sobre cómo surgen las relaciones entre política y economía mostraría, primero, que la forma que adopte cualquier sistema político responde a las condiciones económicas de la sociedad en cuestión, por tanto —y en última instancia—, son estas condiciones las que determinarán y guiarán tendencialmente las formas políticas. No se trata, entonces, de que la corrupción política sea la semilla de la desigualdad social, más bien la corrupción es el resultado de ésta, misma que se explica por el modelo económico bajo el que se organiza la sociedad en cuestión. Segundo, al ser la corrupción una consecuencia y no una condición, el ataque a ella, por más directo que sea, no la terminará, así como para curarte de una enfermedad no basta con que vayas contra los síntomas para estar sano nuevamente. Además, las transferencias monetarias, que buscan reducir la pobreza con la inyección de dinero estatal a las familias mexicanas, no pueden erradicar la desigualdad económica del país, principalmente porque el Estado no puede solventar los gastos individuales de todos y cada de sus ciudadanos de manera constante sin ver afectadas las demás funciones —además de la ayuda social— que debe desempeñar —construcción de infraestructura, creación de empleos, gasto en obra pública…—. Lo mejor que se podría hacer para cesar la desigualdad sería la creación de empleos bien remunerados para quienes no tengan y un aumento en los salarios que sea suficiente para una buena calidad de vida del trabajador y su familia. Si el aumento en los niveles de empleo, así como los salarios percibidos, estuviesen en los primero planos de la agenda política de la actual administración, podría enfocarse una mayor cantidad del gasto social para que la calidad de vida de la población mejore de la forma más equitativa posible. Pero esto es sólo una parte del problema que podríamos denominar como administrativa.

Hay un problema, incluso más profundo que los administrativos, que surge a partir de buscar solucionar los problemas sociales de este modo. La “repartición” de riqueza a partir de dinero que el gobierno da directamente a las clases trabajadores no permite que se cree esta conciencia de clase mencionada al principio. La razón más “inmediata” para mostrar lo dicho es que no toma los problemas de los ciudadanos como sociales sino como individuales. Si se observa el modus operandi y el discurso que el presidente ha defendido para avanzar como sociedad, es visible que predomina la atención al ciudadano separado, dejando completamente de lado la atención y el trato con organizaciones sociales, las que pueden ser un ejemplo del necesario establecimiento de lazos sociales que los humanos deben establecer para alcanzar cierta meta colectiva, incluso individual.

Cuando se niega la respuesta a las organizaciones sociales por el hecho mismo de ser organizaciones —acusadas de una corrupción en muchas ocasiones falta de comprobación—, se acepta en el terreno efectivo, que es mejor que el individuo busque aliviar sus males individualmente; que él no debe preocuparse por los problemas que aquejan a los demás; que primero él, después él y, si le cae la suerte, puede ayudar a los demás pero sólo después de ayudarse a sí mismo. Aunque hay algunos problemas que el individuo debe solucionar por sí mismo, existen también otros cuya solución es imposible si no se busca con los otros, si no se establecen lazos de unión con los demás; este tipo de problemas son, precisamente, los problemas sociales.

Por esto la lógica de solución de la 4ªT no ayuda a que se planteen soluciones acorde con las condiciones del proletariado, clase que nos interesa, y es más bien un retroceso para que se logre formar la mencionada conciencia de clase. Crea, entonces, una falsa conciencia porque hace creer a los desprotegidos de México que no deben organizarse porque sus problemas se pueden solucionar individualmente, pero los problemas principales del pueblo mexicano sólo pueden solucionarse si se hace una transformación efectiva de las condiciones sociales y económicas que los originan.

Puede verse, entonces, cómo los dos puntos mencionados caen, precisamente, en la deformación del espíritu de unidad que acompaña la más básica supervivencia humana, y cómo no se trata de dos aspectos independientes entre sí, sino que responden a una concepción específica de las relaciones y problemas sociales que es la menos conveniente para la clase trabajadora mexicana.


Jenny Acosta y Alan Luna son especialistas en Filosofía por la UNAM e investigadores del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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