El feminismo y la 4T

Febrero 2020

Durante el periodo de campaña, y el previo a que tomara protesta como presidente, el licenciado Andrés Manuel López Obrador dejó en claro que una característica que distinguiría a su administración de las pasadas sería el lugar que ocuparía la mujer mexicana. Al principio parecía que la promesa se cumpliría: se contaba con el antecedente de que al término de su periodo como Jefe de Gobierno su gabinete estaba conformado por ocho mujeres y ocho hombres; además, se promocionó por todos lados que muchos secretarios que lo acompañarían como Presidente de la República serían mujeres, en una proporción mayor que la presentada en sexenios pasados, sin mencionar que se promovió a la primera Secretaria de Gobernación en la historia del país. La paridad de género en los puestos de gobierno puede considerarse como un paso importante en la construcción de una sociedad distinta para las mujeres, sin embargo, no es el principal índice para medir los avances en dicho terreno, pues contar con mujeres encargadas de dirigir las políticas públicas no es garantía de que tales políticas estarán encaminadas al bienestar femenino. Así que buscar vender la idea de que se está con las mujeres en su lucha por una sociedad justa a partir de que se trabaja con más mujeres, es dejar el problema en un nivel superficial.

El pequeño impulso que las mujeres recibieron en los primeros meses de su gobierno acabó pronto. El cierre del programa “Estancias Infantiles para Apoyar a Madres Trabajadoras” dejó entrever que las mujeres no serían, en los hechos, tan apoyadas como se había pensado. Una condición fundamental para que las mujeres tengan una participación activa, visible y profunda en una sociedad, es que no tengan que limitar sus capacidades al cuidado de los hijos y el hogar, por eso, las guarderías financiadas principalmente con recursos públicos eran un pequeño paso en el camino de la liberación femenina, no el más importante, cierto, pero sí uno fundamental, sobre todo si se piensa en las mujeres de las clases bajas que no pueden costear una institución privada pero necesitan salir todos los días al trabajo para aportar al sustento familiar. 310, 968 madres y padres fueron beneficiados con este programa, una cifra nada despreciable que pudo haber aumentado —y mejorado la calidad en el servicio— si el combate a la corrupción no se entendiera como combate a todo lo creado anteriormente.

A pesar de esta acción, el discurso del presidente seguía siendo de apoyo a la mujer. Frecuentemente se escuchaba, y se escucha, en sus discursos, que las madres son las que deben recibir el recurso de las transferencias monetarias directas, que ellas son las que deben decidir en qué se gasta, es decir, se apostaba a que la dirección familiar estuviera en manos de la madre. Este tipo de propuestas, en el nivel manejado por López Obrador, suenan muy prometedoras, pero además de que son poco reales, buscan ganar el apoyo de las mujeres a partir de discursos sin hechos.

Pocos son los atrevidos que sostienen que la sociedad mexicana no es machista, que hombres y mujeres reciben igual justicia por los mismos crímenes e iguales salarios por los mismos trabajos, que los feminicidios no son tales sino simples asesinatos, que la mujer no ha sido un ser que sufre con más fuerza los horrores de la sociedad capitalista. En este contexto de vejaciones al sexo femenino, parece muy novedoso y revolucionario exigir que sea la mujer quien lleve las riendas de la casa, mimetizando épocas antiguas en las que las mujeres, por las condiciones de organización y reproducción de la sociedad, eran las que tenían el papel guía en la familia. Es cierto que las condiciones económicas y sociales de nuestro tiempo permiten, y exigen, que la mujer tenga un rol tan decisivo como el del hombre en los problemas que se presentan en todos los niveles de la sociedad, pero eso no significa que por el simple hecho de ser mujer deba tener un trato especial o se le tenga que otorga la venia gubernamental para ser jefa de cuanto la rodea. Se olvida que las mujeres también necesitan un proceso de reeducación que no les es innecesario por el simple hecho de ser mujeres. Vendernos la idea de que somos buenas, honestas, y mejores líderes sólo por ser mujeres, es tratar de ganar nuestro apoyo de forma falsa, continuando con el mismo ciclo de machismo, aunque eso sí, cambiando al protagonista.

Los hechos continuaron, y continúan, desmintiendo la política feminista de la 4T: 2019 y 2020 fueron años especialmente violentos para las mujeres. En la Ciudad de México, uno de los principales bastiones morenistas, de 2018 a 2019 se registró un aumento en los feminicidios del 58.9%, según datos proporcionados por el Observatorio de la Ciudad de México. Durante 2019 se registraron 976 presuntos feminicidios en el país, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. 2020 no pinta para mejorar en este sentido, pues en los casi dos meses transcurridos, se han registrado cerca de 265 feminicidios, ¡cinco o seis feminicidios al día! Estas cifras por sí solas son alarmantes, pero no reflejan un aspecto alarmante del problema: se calcula que 20 de estos asesinatos fueron cometidos contra niñas menores de 14 años; los feminicidios no afectan sólo a las adultas, no respetan edad.

Los argumentos que pretenden echar toda la culpa de la situación a la figura presidencial cometen un error. Ningún fenómeno social puede ser entendido por generación espontánea, todos los problemas con que nos enfrentamos ahora son resultado de un desarrollo de estos que no comenzó con el gobierno de López Obrador. Lo mismo pasa con la violencia de género y para observarlo podemos remitirnos al incremento que ésta sufrió entre 2015 y 2018: 57%. Por esto el presidente y sus defensores tienen cierta razón cuando dicen que esta situación no es culpa del presidente. Sin embargo, sí es su culpa. Cuando algún ciudadano compite por el poder político del país, los votantes esperan que tenga un plan de acción concreto para reducir, y eliminar, los principales problemas de la agenda política. Concursar sin tener esto mínimamente resuelto es irresponsable. Pero cuando se gana el poder político y no se tiene claridad, ni se ve una mínima intención para comenzar a trabajar en tal problema, ya no sólo se habla de irresponsabilidad, también se considera el cinismo, la despreocupación, el utopismo y, en el caso del presidente en turno, un egoísmo enorme.

Los casos desgarradores de violencia de género presentados a inicios de 2020 provocaron que la opinión pública comenzara a exigir del presidente un plan de acción concreto, ¡CONCRETO!, repito, para frenar esta situación, pero la respuesta que se obtuvo no fue, ni de cerca, la que se esperaba. El lugar de los hechos lo ocuparon las promesas y las abstracciones. López Obrador dijo que las causas de los feminicidios sólo serían eliminadas cuando se tuviera la Constitución Moral —que es, a los ojos del presidente, el bálsamo de Fierabrás, curador de todos los males del país— y que por eso su equipo ya estaba trabajando en ella, que había que sacarla a la voz de ya. Pero esta respuesta fue sensata si se la compara con la dada en el contexto del asesinato de Ingrid Escamilla: “No queremos que este asesinato sea una cortina de humo para ocultar lo verdaderamente importante, la rifa del avión presidencial”, dijo, como si esta última no pudiera ser acusada exactamente de lo mismo.

Para eliminar no sólo la violencia de género, sino cualquier situación de injusticia a la mujer ocasionada por su género es necesario hacer un cambio en la forma social de concebirlas; sí, se necesita una educación, moral y perspectiva diferentes, pero éstas no son suficientes. Los pensamientos no surgen de la nada ni tienen una existencia independiente, más bien tienen su origen en una serie de condiciones materiales, a las que ayudan a mantenerse o eliminarse. Las causas del machismo no son morales, ahí se equivoca el presidente, surgen de todo un proceso histórico real, concreto, social, económico, que lo han sustentado y necesitado; por eso, para eliminarlo se tienen que trazar acciones concretas que lo ataquen de raíz, es decir, se debería replantear toda la acción del aparato social, no sólo su pensar. La sociedad increpa a Andrés Manuel, le exige acciones materiales —valga la redundancia— que permitan dar el cambio de perspectiva mencionado en las mañaneras. Le demanda, también, que se dé cuenta de que no todo gira a su alrededor, que las cifras alarmantes sobre diversos problemas que son para él ataques a su persona y a su “revolución”, no son inventos de la oposición moralmente derrotada, sino el reflejo de una realidad que aqueja a todos los mexicanos, sin distinción de partido, pero, principalmente, a los sectores más pobres y desprotegidos.

Uno esperaría que las manifestaciones —que aumentan en violencia conforme la situación, cada vez más insostenible, se apodera de la acción inmediata de las masas, en este caso mujeres— de las compañeras feministas cimbraran Palacio Nacional y nuestro presidente recapacitara, sin embargo, no ha sido así. Menos de una semana transcurrió entre el asesinato impío de Fátima (que permitió el despliegue de la ineficiencia de las autoridades para resolver el crimen y la nula astucia política para detener la mala reputación que el gobierno ha ganado) y el cese de atención gratuita por parte de Fucam —institución que se dedica a tratar el cáncer de mama y que, al contar con recursos federales, brindaba atención gratuita a cerca de 8 mil 300 enfermas, quienes ahora deberán buscar atención en los hospitales públicos, respaldadas por un Insabi ineficiente. No parece, por tanto, que haya intenciones de cambiar la política mantenida hasta ahora.

La realidad apunta a que la justicia que las mujeres mexicanas hemos pedido, a gritos o a susurros, a lo largo de la historia de la propiedad privada, no nos será otorgada por la 4T, debe venir de nosotras mismas, pero no producto de la inmediatez, de la acción individual, sino de la organización constante, con objetivos definidos, que nos permitan que nuestro movimiento sea apoyado por la sociedad, y que además no olvide que nosotras no somos las únicas marginadas por el capitalismo. Nuestra liberación está en franca dependencia de la liberación de toda la humanidad, de nuestras hermanas y hermanos de clase. Por ellos luchemos también.


Jenny Acosta es licenciada en Filosofía por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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