Febrero 2020
Mijaíl Lifschitz fue un filósofo marxista nacido en la antigua Unión Soviética, conocido sobre todo por sus análisis en el campo de la estética. A lo largo de sus escritos se percibe el compromiso con la revolución socialista a pesar de la naturaleza de su trabajo, pues se trataba de investigar en una rama de la filosofía no tan explorada por los manuales de filosofía soviéticos. Él demuestra en sus escritos la importancia del análisis del arte para la transformación del mundo, y la necesidad de crear ideas estéticas contrarias a la ideología dominante, pues cree firmemente que la batalla de las ideas -en este caso en el campo de la estética, o lo que Hegel llamó “Filosofía del arte”- es necesaria como parte de la educación de las masas y, por lo tanto, requisito para enseñarle a estas una nueva forma de ver el mundo.
Son dos los textos sobre los que hay que llamar la atención por la aparente contradicción entre ellos: La filosofía del arte de Karl Marx y El arte y la ideología. El primero de ellos es complejo por la naturaleza del tema; trata de analizar el desarrollo de los textos en donde Marx habla explícitamente del arte, e intenta deducir una teoría general del arte marxista. El segundo texto es más amigable para el público; en él se abordan las expresiones artísticas y su relación con el sistema de producción dominante. El capitalismo también tiene necesidad de una concepción del arte, pues este es una de las armas más eficaces para penetrar en la conciencia de la gente, por eso, en algunos de los apartados del mencionado libro se explicar ampliamente el significado e importancia del modernismo, corriente artística nacida ya en las mieles del capitalismo. Su intención no es descartar el aporte al arte de dicha corriente, sino analizar su problemática y sus contradicciones como una tarea necesaria para hacer claridad en los problemas teóricos de su realidad.
Sus aportes en la divulgación teórica marxista lo llevaron a trabajar en el instituto Marx-Engels, donde conoció a George Lukács, otro indagador en la teoría del arte marxista y con quien sostuvo una gran amistad. La correspondencia entre estos dos autores es una muestra de su compromiso político y de las preocupaciones intelectuales, que siempre intentaban engarzar con el movimiento revolucionario de la URSS.
Llegó la Segunda Guerra Mundial y con ella una dura prueba del compromiso revolucionario. Fiel a sus convicciones, se enlista voluntariamente en la marina soviética; no ocurrió sin novedades su periodo en batalla: fue capturado por los alemanes y escapó de ser asesinado por ellos. De regreso a su labor teórica entabló en los años 50 amistad con Évald Iliénkov, destacado filósofo soviético que enriqueció el pensamiento de Lifschitz y con quién colaboró en numerosos artículos.
A la muerte de Stalin apoyó al nuevo gobierno pensando que los tiempos eran propicios para luchar contra los dogmas desarrollados en la época estalinista, sin embargo, su opinión sobre Stalin era muy distinta a la de los antiestalinistas liberales. En su opinión, las decisiones del líder soviético estaban supeditadas a la compleja realidad rusa y era a través de esta que había que analizar el desempeño del fallecido líder.
A lo largo de la vida de Lifschitz se muestra la difícil combinación entre el desarrollo de los problemas teóricos del marxismo y la preocupación por los problemas cotidianos de la revolución.
Alan Luna es especialista en Filosofía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.