| Por Ehécatl Lázaro
“En todas las sociedades existen dos clases de personas, la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera realiza todas las funciones políticas, monopoliza el poder y goza de las ventajas que ello trae consigo”. Así define el politólogo Gaetano Mosca el término de clase política en su libro “Elementos de ciencia política”, publicado en 1897. Mosca forma parte de un conjunto de pensadores italianos que estudiaron a las élites gobernantes, y que aportaron conceptos que las ciencias sociales de nuestros días siguen utilizando. Estos politólogos -Pareto, Michels, etc.- más que estudiar el funcionamiento orgánico de la sociedad, se concentraron en el estudio de cómo se conforman las élites gobernantes y cómo ocurre el recambio de estas, pues así como las clases políticas se constituyen en un momento, alcanzan también un punto de caducidad. ¿Cuál es la clase política que tenemos en México y en qué estado se encuentra hoy?
Puede decirse, grosso modo, que hemos tenidos dos clases políticas desde la Revolución hasta la fecha. La primera es la que surgió directamente de la lucha armada, y que se cristalizó nítidamente en el Partido Revolucionario Institucional. Los jefes militares vencedores, los caciques porfiristas que sobrevivieron a la avalancha revolucionaria, y algunos representantes de los sectores trabajadores que surgieron a la vida política durante la Revolución -obreros y campesinos- constituyeron a la clase política mexicana hasta finales de los años setenta. En esa década, la clase política emanada de la Revolución ya había pasado sus mejores tiempos y entró en una fase de declive. El mundo de los ochenta, marcado por la implantación del neoliberalismo y el desmantelamiento del aparato estatal, exigió un cambio en la clase política nacional.
“Puede decirse, grosso modo, que hemos tenido dos clases políticas desde la Revolución hasta la fecha”
Vinieron entonces los tecnócratas neoliberales. Los nuevos tiempos demandaron élites gobernantes que atendieran los preceptos de la economía neoclásica y se olvidaran de ampliar los derechos sociales. Ahora existía una nueva pauta para aspirar a un puesto de elección popular. Había que estudiar en las universidades de Estados Unidos o Europa para comprender cabalmente el funcionamiento de la economía y gobernar “correctamente” a partir de esos modelos. Ese era el perfil general, sin embargo, existió siempre una clase política que, más que aspirar al poder, se proponía vivir de él. Aquí encontramos a los afamados chapulines y a personajes ampliamente conocedores de la ingeniería política mexicana; aquellos políticos cuyas carreras nunca despuntaron y que hicieron suya la máxima de “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.
Las elecciones de 2018 reflejaron la necesidad de un cambio profundo en la clase política nacional, pues se hizo evidente que la aplicación del modelo neoliberal a la realidad mexicana había provocado un aumento de la desigualdad, la pobreza y la violencia. La clase política formada bajo esa pauta comenzó a acusar un desgaste importante desde el segundo sexenio de este siglo y sufrió un golpe importante en 2018 con la legada de López Obrador al poder. Los resultados de 2018 se explican más por el rechazo de los gobernados a la forma en que la clase política llevaba el país, y menos por un convencimiento profundo de la superioridad del proyecto obradorista. Así, las últimas elecciones presidenciales pueden ser interpretadas como la crisis de la clase política neoliberal y la necesidad de conformar una clase política distinta. Sin embargo, afirmar que la administración de Andrés Manuel constituye ya una renovación de la clase política anterior sería un error, pues no solo continúan aplicándose las máximas macroeconómicas del neoliberalismo, sino que muchos personajes de esta clase política continúan participando del poder.
“Afirmar que la administración de Andrés Manuel constituye ya una renovación de la clase política anterior sería un error”
Un claro ejemplo de este tipo de políticos lo encontramos en Miguel Barbosa, gobernador de Puebla. Barbosa se inició en la política como miembro del Partido de la Revolución Democrática, partido que lo llevó a ser diputado federal plurinominal en 2000, y después, en 2012, a la Cámara de Senadores. En 2017 Barbosa decidió aprovechar su bien entrenado olfato político y abandonó las filas del sol azteca para sumarse a la marea morenista. Fue gracias a este cambio de piel que Barbosa se convirtió en el candidato de Morena para la gubernatura de Puebla. Sin embargo, el político poblano perdió las elecciones de 2018 frente a la candidata panista Martha Érika Alonso. Pero el destino le dio una oportunidad a Barbosa, pues un accidente de helicóptero acabó con la vida de la gobernadora y quedó vacante el ejecutivo estatal. Se convocó entonces a nuevas elecciones. Como era de esperarse, el antiguo perredista -ahora morenista- ganó la gubernatura. Al tratarse de una figura bien conocida por los poblanos, fue poca la participación de los votantes, lo que se reflejó en un abstencionismo del 70%. Barbosa se volvió gobernador gracias al 14% del padrón electoral de la entidad.
Miguel Barbosa es, pues, un representante de la clase política caduca que rechazaron los mexicanos en julio de 2018. Hábil político, supo ponerse a tiempo la piel del morenismo y ocupa hoy la gubernatura de Puebla, sin embargo, sigue empleando las mismas artes que aprendió y practicó como miembro activo de la vieja clase política a la que pertenece. Quizá la prueba más reciente sea la intromisión del gobernador en el Instituto Electoral del Estado para colocar a un consejero presidente afín a él, con el objetivo de frustrar la conformación del partido estatal Movimiento Antorchista Poblano. Pero el viejo estilo barbosista de gobernar no solo se observa en el uso despótico del poder, sino también en la falta de sensibilidad para atender las principales demandas de las capas mayoritarias, razón por la cuál el desempeño del gobernador de Puebla ocupa los últimos lugares a nivel nacional.
Hoy la clase política nacional enfrenta la necesidad de reformarse. Con las elecciones de 2018 el proceso no hizo más que empezar, pues la clase política del obradorismo es la clase política decadente de antaño, revestida apenas con una delgada tela popular. Las clases gobernadas exigen una nueva clase política capaz de identificar y corregir los principales problemas del país: crecimiento económico, desigualdad, pobreza y violencia. Ante esta necesidad, hoy se vuelve a plantear la clásica cuestión del cambio de élites: ¿reforma o revolución? La forma que tome esta transformación será resultado, en parte, del actuar que tengan los políticos de hoy, aunque algunos representantes de nuestra clase política caduca no sean conscientes de ello.
Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.