Enero 2020
El pasado 13 de enero, el embajador de China en México, Zhu Qingqiao, informó desde la Secretaría de Economía que dos bancos de su país invertirán 600 millones de dólares en la construcción de la refinería de Dos Bocas. Minutos más tarde, la Secretaria de Energía, Rocío Nahle, contradijo públicamente al diplomático chino y afirmó: “Yo no sé en qué contexto el señor embajador dio esas declaraciones, el proyecto del financiamiento de Dos Bocas está sustentado en financiamiento federal. No estamos sustentados por ningún banco”. Resulta extraño que desde la Secretaría de Economía, en el marco del Día de China, el embajador asiático anuncie con bombo y platillo las inversiones de su país en el proyecto insignia del Gobierno Federal, y que acto seguido la Secretaria de Energía en persona se apresure a negarlo todo frente a las cámaras. ¿Qué pasa aquí?
Para nadie es un secreto que la economía de China ha crecido a ritmos acelerados y de manera sostenida durante las últimas décadas. Como consecuencia de este fenómeno, algunas de las empresas chinas más importantes se han empezado a posicionar a nivel global, alcanzando regiones que anteriormente les eran prácticamente inaccesibles. Ahora el capital chino ya no se invierte exclusivamente en los países asiáticos y africanos, como ocurría hasta hace algunos años, sino que ha penetrado mercados tan distantes como los de Europa y América Latina. No se trata únicamente de un comercio abundante; se trata de que China ahora presta dinero a los gobiernos latinoamericanos, participa en grandes proyectos de infraestructura, y sus empresas ganan la competencia a sus pares estadounidenses (como lo prueban las crecientes ventas de Huawei y la correspondiente disminución de Apple). En pocas palabras, las empresas chinas se están colocando en espacios tradicionalmente norteamericanos y les han comenzado a tocar la puerta a los vecinos del norte.
México es, para Estados Unidos, su última línea de defensa. Para ellos es tolerable que los capitales chinos inunden las economías latinoamericanas —China es el segundo socio comercial de América Latina— siempre y cuando garanticen sus cotos de inversión en donde consideran que los tienen, como en México. Ceder México les significaría a los estadounidenses perder la hegemonía de su “traspatio” y, por tanto, claudicar en el conflicto con China, entregándole a esta el cetro de la supremacía mundial. De esta manera, México no solo tiene una importancia económica para los norteamericanos, sino también geopolítica y hasta militar. He ahí el celo con el que lo “resguardaron” en el siglo XIX, al proclamar la Doctrina Monroe contra los europeos, y por qué ahora lo “protegen” de los asedios asiáticos.
Por supuesto, dichos intereses tienen su correlato en la política mexicana. De hecho, esta fue una de las causas por las que el gobierno de Enrique Peña Nieto comenzó a naufragar. El presidente de las reformas, al que la revista Time presentó en su portada con el título de “Salvando a México”, prácticamente pasó del cielo al infierno gracias a su acercamiento con China. El cambio ocurrió a raíz de que en 2014 la empresa China Railway Construction Corporation ganara la licitación del tren México-Querétaro. Fue entonces cuando iniciaron las denuncias de corrupción por la Casa Blanca que el grupo Higa le regaló al expresidente, y cuando comenzó la caída en picada de su imagen pública. La irritación estadounidense por las relaciones con China se conjugó con el malestar de cierto empresariado mexicano, que se opuso a la reforma fiscal de 2013 por considerar que dañaba sus intereses. Al final la combinación fue explosiva, convirtiendo a Peña Nieto en el presidente corrupto e incompetente que todos detestaban. Ayotzinapa fue solo la puntilla.
La lección para el gobierno mexicano fue clara: no debe juntarse con China. Y al parecer la administración de López Obrador busca seguir esa instrucción. Así lo explicó Alfonso Romo, jefe de la oficina de la Presidencia de la República, en una reunión con empresarios del acero, celebrada en Mérida en mayo de 2019. Frente a los hombres de negocios, Romo ventiló que Wilbur Ross, Secretario de Comercio de Estados Unidos, les pidió a empresarios y funcionarios mexicanos no tener inversión china, principalmente en proyectos estratégicos. Se entiende entonces por qué la Secretaria de Economía negó la información vertida por el embajador chino respecto al financiamiento asiático de Dos Bocas. No quieren problemas con los norteamericanos.
Sin embargo, la presencia de los capitales chinos en México aumenta con rapidez. Si bien la inversión que ha hecho China hasta ahora -alrededor de 1,200 millones de dólares- es escasa en comparación con otros países de América Latina, existe la intención de acrecentar esa inversión hasta en un 2,300%. De acuerdo con un estudio elaborado en 2019 por la China Chamber of Commerce and Technology Mexico, es posible que los capitales chinos participen hasta en 11 proyectos mexicanos de infraestructura, incluyendo telecomunicaciones, energía, tecnología y agroindustria. Actualmente se desarrolla en Monterrey un complejo comercial Dragon Mart similar al que se proyectó para Cancún años atrás y que EE. UU. frenó, y el gobierno de Zacatecas ya construye un parque industrial para autopartes de automóviles chinos, pues se espera que la ratificación del TMEC atraiga a más empresas asiáticas de este ramo. Esto aunado al posicionamiento que han ido ganando en el mercado mexicano empresas chinas como Didi, Huawei y Xiaomi.
Ante este escenario, es necesario un gobierno que sepa aprovechar el empuje económico de China para negociar con más inteligencia frente a Estados Unidos, y que no ceda automáticamente a todas las exigencias de la agenda norteamericana. Hasta ahora eso es lo que hemos visto. Trump ordenó detener los flujos migratorios centroamericanos, y el gobierno se esfuerza diariamente por satisfacer las instrucciones imperiales del magante. Trump amenazó con calificar a las organizaciones narcotraficantes como terroristas, y el gobierno expulsó a Evo para tranquilizar al vecino del norte y para darle señales de obediencia. La pretendida soberanía nacional que pregona Andrés Manuel, existe en realidad dentro de un margen muy limitado. En lugar de ocultarlo, es necesario que el gobierno reconozca abiertamente la participación de China en México. Utilizar las inversiones chinas como contrapeso de la hegemonía estadounidense, puede arrojar mejores resultados que los que se tienen hasta ahora. ¿O el gobierno seguirá siempre respondiendo a los caprichos de los norteamericanos? Urge un gobierno que conozca bien la geopolítica mundial y que comience a desmontar la dominación estadounidense para hacer de México un país más soberano.
Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.