Enero 2020
El auto estalló en las inmediaciones del aeropuerto de Bagdad, ciudad capital de Irak. Por órdenes directas de Donald Trump, un dron estadounidense de tipo MQ-9 Reaper acabó con la vida de Qasem Soleimani, quien fuera el comandante de las Fuerzas Quds de Irán durante los últimos veintidós años. Soleimani no solo fue un militar exitoso que mantuvo a raya a las organizaciones terroristas que asolan Medio Oriente, sino que participó en la guerra de Siria apoyando al presidente Bashar al Assad contra el terrorismo, y apoyó militarmente a los nacionalistas de Yemen que desde hace años libran una guerra de resistencia contra el expansionismo de Arabia Saudita. Por su amplia trayectoria como defensor de Irán, Soleimani se convirtió en una importante figura del Estado iraní y gozaba una fuerte popularidad entre la población civil; para los intereses de Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, sin embargo, el comandante de las Fuerzas Quds era un obstáculo. Fue por eso que lo seleccionaron como blanco para morir la noche del 3 de enero.
El acontecimiento generó especulaciones sobre la reacción que tendría Irán ante el ataque de los norteamericanos. Apareció entonces la posibilidad de que el conflicto escalara hasta desembocar en una guerra entre Teherán y Washington, y hubo quienes se atrevieron a vaticinar sobre una temida Tercera Guerra Mundial. Como era de esperarse, los líderes del Estado iraní manifestaron su indignación y rabia ante la muerte del destacado militar, y en sus mensajes prometieron vengar al mártir caído con una respuesta mortal. Así, el 8 de enero dos bases militares de Estados Unidos en territorio iraquí fueron impactadas por una decena de misiles disparados desde suelo iraní. Sin embargo, el temor mundial de que el conflicto escalara se vio conjurado cuando Trump anunció que los impactos no habían causado bajas humanas, y que ya no responderían a Irán con fuego, sino mediante el endurecimiento de las sanciones económicas que de por sí pesan sobre el país árabe.
¿Cómo explicar este episodio? La historia de la mala relación entre Irán y Estados Unidos se remontan setenta años atrás, cuando en 1953 británicos y estadounidenses derrocaron al primer ministro iraní Mohammad Mosaddeq por intentar nacionalizar el petróleo. En su lugar, las potencias dieron un poder absoluto al Sah Mohammad Reza Pahlavi, quien gobernó con el respaldo británico y estadounidense desde 1941 hasta 1979. Durante su gobierno crecieron las desigualdades económicas y sociales entre las élites favorecidas por el régimen de Reza —que se proclamó emperador— y las clases trabajadoras; por otro lado, la monarquía absoluta del Sah no permitía ningún tipo de disenso, reprimiendo con mano de hierro a quienes intentaron manifestarse. La olla de presión estalló en 1979, cuando un levantamiento popular hizo huir al Sah, y en su lugar fue entronizado el ayatolá Ruhollah Jomeini, quien se había convertido en el líder de los revolucionarios durante el régimen monárquico. Desde entonces, las relaciones entre Estados Unidos e Irán se han caracterizado por la constante confrontación, pues al haber apoyado al Sah hasta el último momento, el país árabe asumió a los norteamericanos como enemigos de su Revolución y su soberanía nacional.
La historia reciente de esta relación comienza en 2002, cuando George W. Bush clasificó a Irán —al lado de Irak y Corea del Norte— como miembro del Eje del mal, un trío de países que, según el presidente estadounidense, apoyaba al terrorismo internacional. Al año siguiente las tropas norteamericanas invadieron Irak bajo el argumento de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva. En torno a Irán la polémica giró sobre la presunta fabricación de armas nucleares. Desde la segunda mitad del siglo XX el país persa inició un programa de energía nuclear consistente en crear la infraestructura necesaria para generar ese tipo de energía —supuestamente con fines pacíficos— mismo que continúa hasta la fecha. Aunque los líderes iraníes siempre han afirmado que el programa se desarrolla con fines no militares, las potencias occidentales temen que el verdadero objetivo sea desarrollar armas nucleares, por lo que se oponen a que Irán continúe con esa iniciativa. En 2015, Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Alemania y Francia, alcanzaron un acuerdo con Irán para evitar que los persas siguieran desarrollando su programa nuclear, sin embargo, a su llegada al poder, Donald Trump decidió abandonar el acuerdo. Con los últimos acontecimientos, Irán ha anunciado también su salida del acuerdo para continuar con el enriquecimiento de uranio.
Si bien Estados Unidos dio una demostración de fuerza con el asesinato de Soleimani, lo cierto es que su influencia en la región mantiene una tendencia decreciente desde hace años. Quizá la prueba más fehaciente sea la derrota de los terroristas en Siria, a quienes Washington proporcionó estrategas militares, armas y recursos económicos, y el triunfo de Al Assad con el respaldo de Rusia e Irán. En una zona que durante el último medio siglo habían considerado dominada, los estadounidenses ahora tienen problemas para mantener sus propias posiciones y para lograr los objetivos de sus aliados en Medio Oriente. Su principal obstáculo se llama Irán. Con el paso del tiempo el país persa no solo se ha mantenido firme ante posibles intervenciones; se ha convertido también en un actor geopolítico de peso que ha demostrado ser capaz de frenar el terrorismo alentado por Estados Unidos, ha plantado cara al expansionismo de Israel, y ahora gana guerras con sus aliados de la región, tal como ocurrió en Siria. Por eso la muerte de Soleimani es tan significativa. Son los norteamericanos aferrándose a dominar un Medio Oriente del que Irán parece dispuesto a expulsarlos.
Ehécatl Lázaro es especialista en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.