La prueba PISA y la desigualdad

| Por Pablo Hernández Jaime

Persisten los puntajes bajos de México en la prueba PISA para la evaluación de estudiantes (por sus siglas en inglés: Programme for International Student Assessment). Pero ¿qué significa esto? Para comprender hay que aclarar algunos puntos.

La prueba PISA, que se aplica cada tres años desde el 2000 en diversos países de la OCDE, tiene el objetivo –y cito textualmente– de “evaluar la formación de los alumnos cuando llegan al final de la etapa de enseñanza obligatoria, hacia los 15 años”. Para ello se aplican exámenes de lectura, matemáticas y ciencias. “Es importante destacar que si bien PISA utiliza la herramienta de las preguntas de opción múltiple, una porción importante de los reactivos, particularmente los más complejos, requieren del alumno la redacción de textos e incluso la elaboración de diagramas” [1].

PISA, entonces, mide el desempeño de jóvenes de 15 años a nivel mundial en pruebas de habilidad que tratan de capturar su grado de preparación en áreas de conocimiento básico. Es importante aclarar esto porque, PISA no evalúa programas ni sistemas educativos; su diseño no está pensado para eso. PISA, en cambio, sirve para obtener una medida común de habilidades que permita a los distintos países y a sus creadores de política pública pensar mejor el contexto educativo sobre el que tratan de intervenir.

Esta aclaración es importante por una razón fundamental: los desempeños observados en habilidades básicas por PISA no son resultado exclusivo de cada individuo o del sistema educativo de cada país, sino de las condiciones sociales en su conjunto. En este sentido, los puntajes de “habilidad” no reflejan ni la “inteligencia” de los estudiantes, ni inmediatamente “la calidad del sistema” sino, más en general, la habilidad media que los estudiantes logran desempeñar dadas las condiciones de su sociedad y las de su sistema educativo.

“Se necesitan fuertes inversiones en políticas de compensación para construir condiciones de equidad”

Esta distinción no es menor. Baste señalar que, si bien los puntajes promedio de lectura, matemáticas y ciencias para México son de 420, 409 y 419 respectivamente (el promedio OCDE es 487, 489 y 489), los estudiantes de condiciones sociales aventajados, de acuerdo con el propio informe PISA 2018[2], tendieron a obtener resultados 81 puntos promedio superiores a los de sus compañeros de estratos sociales desaventajados. La habilidad escolar también tiene su marca de clase.

Este señalamiento es importante porque en contextos de suma pobreza y desigualdad, como lo es México, el sistema educativo se enfrenta a un problema que en muchos sentidos lo excede y que no puede resolver por sí solo. La solución entonces no puede llegar por vía exclusiva del sistema educativo, sino que debe haber un mejoramiento integral de las condiciones de vida de la sociedad, el cuál debe venir acompañado de una política educativa orientada fuertemente a la compensación de carencias socioeconómicas y educativas en los sectores más vulnerables.

Considérese, por ejemplo, que “alrededor del 27% de los estudiantes en México matriculados en una escuela desaventajada (promedio OCDE: 34%) y el 17% de los estudiantes matriculados en una escuela aventajada (promedio OCDE: 18%) asisten a una escuela cuyo director informó que la capacidad de la escuela para proporcionar instrucción se ve obstaculizada, al menos en cierta medida, por escasez de personal docente.”[3] El dato es elocuente; y es que, aunque la tasa neta de escolarización en educación primaria ya es de 98.4% y en secundaria de 86.2%, los problemas de desempeño en habilidades persisten de manera generalizada.

El problema entonces no es —como ha sugerido el presidente de la República— un problema de simple cobertura. Al menos en educación básica el sistema educativo es asequible para la población. El problema es que la escuela en México se enfrenta a tales carencias, y sus recursos son tan limitados, que no puede dar los resultados esperados. El problema es sistémico y si la educación mexicana quiere contribuir en algo necesitará fuertes inversiones en políticas de compensación para construir las condiciones de equidad que necesitamos.

Pablo Hernández Jaime es maestro en ciencias sociales por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
pablo.hdz.jaime@gmail.com


[1] Ver: https://www.oecd.org/pisa/39730818.pdf

[2] Ver: https://www.oecd.org/pisa/publications/PISA2018_CN_MEX_Spanish.pdf

[3] idem

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