Quemando el Arca de Noé

Agosto 2019

Desde sus orígenes, nuestro planeta ha estado sujeto a un largo proceso de transformaciones. La primera atmósfera que se formó no estaba oxigenada, no había seres vivos. Tuvieron que pasar miles de millones de años para que se dieran las condiciones necesarias para nuestra existencia. De los 4,700 millones de años (Ma) que tiene nuestro planeta, la vida apareció hace aproximadamente 3,500 Ma y el hombre hace apenas tres millones. De lo que se desprende que, así como las demás especies, el hombre necesita un rango determinado de condiciones ambientales y recursos para poder existir. Para que la especie perdure, dicho rango no debe ser rebasado.

En la historia de la Tierra se han dado varios episodios de cambio climático (calentamiento y enfriamiento), algunos de los cuales fueron tan extremos que resultaron en extinciones masivas, arrasaron hasta con el 90% de las especies que existían en ese momento; otros obligaron a los primeros grupos humanos a migrar varios kilómetros para salvarse y establecerse. Han desaparecido miles de especies y han aparecido muchas otras que logran adaptarse a las nuevas condiciones y que, a su vez, participan en el entorno en que viven y lo modifican. Lo que las especies hagan (incluido el hombre) –y también lo que dejen de hacer– influye en su entorno y, a su vez, el entorno influye en ellas.

Las acciones del hombre, principalmente aquellas iniciadas en la Revolución Industrial y desarrolladas en la sociedad capitalista, han provocado cambios de diversa magnitudes en el ambiente, mismos que nos han conducido a una situación de emergencia. Ahora, en el escenario de calentamiento global en que nos encontramos, ¿cómo garantizamos la sobrevivencia de nuestra especie, la disponibilidad de alimentos, medicina, agua bebible, vestido, oxígeno?, ¿cómo disminuimos la concentración de dióxido de carbono (CO2) y demás gases de efecto invernadero que están provocando eventos meteorológicos extremos y afectando humanos y demás seres vivos?, ¿cómo evitamos que incremente drásticamente el nivel del mar e inunde las ciudades costeras, que las sequías e inundaciones provoquen más pérdidas de cosechas alrededor del mundo, o que la acidificación y calentamiento de los océanos disminuya drásticamente la producción de alimentos provenientes del mar?

La respuesta está en la conservación y restauración de los ecosistemas terrestres y marinos, especialmente en aquellos cuya magnitud e importancia ecológica juegan un papel central en el equilibrio del planeta entero. Es el caso de la Amazonia, la selva tropical más grande, que absorbe de la atmósfera un cuarto del total de CO2 sustraído por todos los bosques, contribuyendo así a mitigar el calentamiento global y a regular la temperatura global; alberga el 20% de las reservas de agua dulce y aporta el 20% del oxígeno producido en el planeta. Además, su extraordinaria diversidad de especies y las funciones e interacciones entre ellas,  proporcionan diferentes bienes y servicios sin los cuales la población local y mundial difícilmente podría sobrevivir.

La amenaza del cambio climático es realmente grande, y no estamos listos para hacerle frente una vez que se intensifique; desconocemos cómo evolucionará este fenómeno en todas las zonas del planeta, así como la totalidad de los cambios que provocará en la superficie terrestre y en la disponibilidad de los recursos de los que dependemos. La mediana investigación científica que existe al respecto suele ser ignorada por los principales tomadores de decisiones en las sociedades. Ciertos gobernantes han negado la existencia de este fenómeno (Donald Trump), no lo consideran al implementar políticas y distribuir los recursos económicos (AMLO), e incluso insisten en mecanismos que lo refuerzan, como el uso de combustibles fósiles y la deforestación (AMLO y Bolsonaro, respectivamente).

Ante esta situación, ningún político puede darse el lujo de ignorar la crisis climática y menos de destruir lo único que puede salvarnos. Bolsonaro no debe, bajo ningún motivo, permitir quemas ni deforestaciones masivas que generan incendios como el recién ocurrido, en favor de ciertas empresas y en perjuicio no solo de las 34 millones de personas que habitan el Amazonas, sino de la población mundial. Bajo su jurisdicción se encuentra el pulmón del planeta, por lo que tiene una obligación para con toda la especie; de sus políticas depende en gran medida nuestro futuro y la especie humana no está en condiciones de jugar con fuego.


Citlali Aguirre es maestra en ciencias biológicas por la UNAM e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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