La batalla contra el calentamiento global se está perdiendo

| Por Jorge Adrián Serrano

El 13 de mayo del 2019 se dio a conocer una noticia que conmocionó al mundo: la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzó las 415 partes por millón (ppm). Este hecho indica que la batalla para mitigar los efectos de calentamiento global se está perdiendo.

El dióxido de carbono es un compuesto químico producto de la quema de combustibles fósiles, los cuales se han empleado mundialmente para cubrir las necesidades energéticas de la sociedad desde los tiempos de la Revolución Industrial (1750 – 1840). Dentro de estos combustibles fósiles se encuentran el gas natural, el carbón, la gasolina y todos aquéllos derivados del petróleo.

Si bien la atmósfera terrestre está conformada por una mezcla de gases, de los cuales 78 % es nitrógeno (N2), 20 % es oxígeno (O2), 0.9 % es argón (Ar) y en cuarto lugar con 0.037 % está el dióxido de carbono (CO2); este pequeño porcentaje de dióxido de carbono desempeña un papel vital en el clima de la Tierra. Esto se debe a la capacidad que tienen las moléculas de dióxido de carbono para absorber la energía térmica que emite la superficie terrestre hacia el espacio exterior.

La atmósfera terrestre es prácticamente transparente a la radiación visible y ultravioleta procedente del sol. Es decir, estos tipos de radiación atraviesan la atmósfera y llegan a la superficie terrestre, aunque parte de la radiación ultravioleta es retenida por la capa de ozono. La superficie terrestre absorbe la radiación que llega del sol, lo que provoca su calentamiento. A su vez, parte de esta energía es irradiada por la Tierra como radiación infrarroja de vuelta al espacio exterior.

“El calentamiento global está conduciendo al planeta a una catástrofe geológica”

Sin embargo, el dióxido de carbono junto con otros gases como el metano (CH4) y el vapor de agua (H2O), absorben parte de la energía térmica que irradia la superficie terrestre, lo que produce un efecto de calentamiento. Este proceso se compara con la retención de energía térmica en un invernadero, por lo que se llama “efecto invernadero”. Sin este fenómeno, la superficie de la Tierra estaría congelada y la vida no podría desarrollarse tal cual como nosotros la conocemos. Pero una acumulación de CO2 en la atmósfera a largo plazo puede alterar el balance energético de la Tierra.

En los últimos 400,000 años, la concentración de dióxido de carbono atmosférico ha variado desde 180 a 300 ppm, con una concentración de 285 ppm en la era pre-industrial. Para el año 1958, la concentración aumentó a 315 ppm, en el año 2007 ya se encontraba en 383 ppm y para el 2014 se superaron las 400 ppm. A partir de 1994, desde la entrada en vigor de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y diferentes tratados internacionales, como el Protocolo Kyoto (1997) y el Acuerdo de París (2015), se intentaron tomar medidas para mantener a raya la concentración de dióxido de carbono en 450 ppm. Se esperaba que esta concentración se alcanzara a mediados de la centuria entre el 2000 y el 2100. Esto provocaría un aumento en la temperatura global de 2 ºC.

Pero con la tendencia actual, la concentración de 450 ppm se podría rebasar en algún momento de la década del 2030. Y en el peor de los pronósticos, para el 2100 podrían superarse las 550 ppm, lo que provocaría un aumento global de la temperatura de 4.5 ºC. Este calentamiento global junto con la degradación de los ecosistemas marinos y terrestres, la extinción acelerada de diferentes especies, el derretimiento de los casquetes polares y la contaminación por plásticos en todo el planeta están conduciendo a una catástrofe geológica nunca antes vista en la historia de la Tierra: una sexta extinción masiva.

Jorge Adrián Serrano es biólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Opinión invitada.
jorgeadse@hotmail.com

Deja un comentario

Scroll al inicio