| Por Abentofail Pérez
El impacto de las huelgas en este naciente siglo no es el mismo ya que el de hace cincuenta o cien años. Los sindicatos han perdido credibilidad y popularidad. Ya no es respetada esta forma legal y genuina de lucha obrera que hace todavía algunas décadas llegó a tener un verdadero impacto en las mejoras laborales de cientos de miles de trabajadores. La influencia del neoliberalismo en las últimas décadas del siglo XX arrastró consigo a los gremios y sindicatos genuinos dejando sólo en uso la vieja piel que, como la serpiente, dejó esparcida sobre el suelo la lucha legítima y real, misma que sobre sus hombros se colocó el farsante charrismo sindical que hoy ocupa su lugar.
Los empresarios se han hecho del control absoluto dentro de las fábricas, donde son verdaderos monarcas aunque afuera, en la vida social y política presuman de demócratas; y han eliminado hasta el último recurso posible que pudiese ayudar a los obreros a mejorar las terribles condiciones laborales que no distan mucho de las del siglo pasado. El charrismo es amo y señor de los sindicatos, y los trabajadores muchas veces sólo saben de la existencia de estos cuando les llega la cuota mensual a pagar. El gran capital, con la saña y agudeza que en el “arte de explotar” ha desarrollado con el paso de los años, logró arrancarle al trabajador y utilizar en su contra, la única arma que le permitía defenderse en contra de la bestia insaciable que lo atormenta desde hace siglos. La negra miseria en la que el obrero vive le obliga a aceptar todas las condiciones del explotador, los gremios o sindicatos que antes permitían aligerar el yugo de tal forma que el obrero tuviera fuerza aún para llevar a cabo la necesaria lucha, ahora realizan, cual cancerberos del capital, la labor del patrón dentro de las organizaciones obreras. El enemigo no se puede combatir porque no se le identifica, y no se le identifica porque está oculto en el seno de la víctima.
Pero no es necesario inventar nuevos métodos de lucha que liberen a la clase obrera de tan pesado yugo. La historia nacional e internacional nos enseña el camino, aunque lamentablemente nos tengamos que remontar cien años atrás para encontrar una de las últimas gestas laborales que arrojó mejoras reales dentro de la difícil situación en la que se encontraba el obrero mexicano. El primero de junio de 1906 se levantó en la mina propiedad de la Cananea Consolidated Copper Company, una huelga orquestada por el Partido Liberal Mexicano, de orientación magonista, que encabezó una de las primeras luchas en nuestro país por la jornada de ocho horas, así como por un salario mínimo que permitiera a los trabajadores mexicanos salir de la condición de esclavitud en la que los tenía sumidos el gobierno del presidente Díaz. La huelga, que enarbolaba demandas de radical importancia para la clase obrera de nuestro país era encabezada por la Unión Liberal Humanidad, bajo la dirección de Manuel M. Diéguez, reconocido magonista, quien unos días antes de ser aprendido por la policía se dirigió a los obreros con un discurso que la clase obrera de hoy asimilaría casi literalmente.
En este acto Diéguez sostuvo: “¡Queréis otra situación más oprobiosa! Preferible fuera renunciar a nuestro título de hombres y mexicanos. Enseñadle al capitalista que no sois bestias de carga; a ese capitalista que en todo y para todo nos ha postergado con su legión de hombres blancos y ojos azules; ¡qué vergüenza! Estáis en vuestro propio suelo y los beneficios que producen a vosotros debieran corresponder en primer lugar, enseñadle a vuestros hijos el amor a la dignidad personal con el ejemplo de vuestra conducta de hombres libres; enseñadle a los funcionarios que el derecho a gobernar reside única y esencialmente en vosotros, y que sólo del pueblo pueden dimanar las leyes. Ésa es la república, la inagotable fuente de bienestar para las colectividades. ¡Así se ama a la patria! ¡Así se honra a los héroes!”
Naturalmente las palabras de Diéguez que reflejaban la situación de la época, tuvieron como respuesta inmediata la violencia y la persecución del gobierno. La verdad será siempre ofensiva para los necios y para los intereses de los poderosos, y decirla en voz alta o publicarla, lo único que logrará en estas pequeñas mentes como la del entonces presidente, y la mayoría de todos sus sucesores, será una reacción inmediata de orgullo ofendido que por la ofuscación natural de sus ideas verán como única salida, la represión. Es más fácil para los hombres que detentan el poder arremeter contra la verdad con plomo, o en nuestros días con calumnias y persecuciones mediáticas, que con verdaderas soluciones.
La huelga tuvo un final funesto para todos sus participantes. Más de cincuenta muertos y decenas de aprehendidos aparentemente fueron las únicas consecuencias; pero la historia no tardaría en hacer justicia a estos hombres. Una vez decretado el triunfo de la Revolución, el pliego petitorio de los obreros de Cananea fue resuelto casi en su totalidad y no sólo en beneficio de los mineros de Sonora: todos los trabajadores del país gozaron de tan necesarias transformaciones.
Nuestro siglo (y la política neoliberal que detenta) busca hacer desaparecer los logros que a nuestro pueblo le costaron sangre y millones de vidas que por siglos quedaron atrapadas en el fatídico proceso de producción. La clase obrera no puede permitirse un retroceso de ese tamaño y tiene en sus manos la tarea de recoger la bandera que hace cien años puso muy en alto, aunque ahora a un nivel superior. La imperiosa necesidad de recuperar el control de esta herramienta de lucha eminentemente económica, no debe permitir que pierda de vista el objetivo final, la lucha política que el proletariado está llamado a encabezar y que le permitirá en un futuro gobernar y modificar radicalmente las leyes y las relaciones de producción, que son la verdadera causa de su desgracia.
Abentofail Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
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