Los mercenarios del imperialismo

Abril 2019

En un reciente artículo (Les mercenaires, soldats sous-traitants) Christopher Kinsey, experto en seguridad internacional del King’s College de Londres, señala que en las guerras actuales los estados que interceden en los asuntos de otros países procuran pagar grupos armados alta o medianamente calificados para cumplir sus objetivos políticos. Su argumentación apunta hacía la existencia de un proceso de limitación de las actividades mercenarias, pero lo cierto es que esta limitación sólo es una afirmación de los intereses de las potencias imperialistas tras las operaciones de esos grupos.

Kinsey menciona que en tiempos de la Guerra Fría, los países del bloque capitalista utilizaban dos tipos de mercenarios en contra de los movimientos de liberación nacional africanos y de cualquier influjo soviético: por un lado estaban aquellos que siendo soldados preparados por un ejército del propio país interesado se involucraban por interés lucrativo, político y por aventura, en empresas auspiciadas por su nación de origen dentro del marco de la guerra civil de algún otro. Por el otro, los “mercenarios itinerantes”, hombres armados, aunque con una pobre preparación respecto a la guerra, que no seguían totalmente las órdenes de algún Estado. A diferencia de estos los de primer tipo se sometían en buena medida a lo dicho por el país de origen, el contratante; los de segundo tipo, aunque tenían contratante, no se restringían a los márgenes de acción establecidos por éste, sino que actuaban a voluntad, masacrando a propios y ajenos.

Los mercenarios no desaparecieron con el fin de la Unión Soviética en 1991, sino que prosperaron en el ambiente conflictivo de varios países de África, como Angola, Sierra Leona y Ruanda y comenzaron un periodo de gran apogeo tras el 11 de septiembre de 2001 y la guerra de Irak en 2003. Pero “contrariamente a su primo de la guerra fría”, dice Kinsey, “el mercenario postmoderno ha tomado sus distancias con las intrigas políticas. Directamente reclutado de las fuerzas especiales o de los regimientos de élite, él continúa trabajando a la sombra de la política extranjera de su país, asegurando la integridad de los funcionarios, dispensando una formación militar a los ejércitos del tercer mundo, u organizando la protección de empresas cuyos empleados corren el riesgo de ser atacados o secuestrados por bandas criminales, terroristas o milicianas.”

El autor dice que los contratistas de hoy pueden ser empresas particulares de origen inglés o estadounidenses, que buscan cuidar sus convoyes o mercancías en ambientes hostiles; pero también son contratistas sendos departamentos de esos Estados: la Foreign Office inglesa y el ministerio de defensa de Estados Unidos, interesados en instruir a sus fuerzas especiales o controlar territorios sin emplear a sus ejércitos, como es el caso de la famosa empresa norteamericana Blackwater USA, fundada en 1997 por el exintegrante de las fuerzas especiales de la US Navy Erick Prince, que desde 2001, en contrato con Estados Unidos, se ha dedicado a limpiar de insurgentes Afghanistán e Irak. Además, estos grupos armados han seguido una política de reclutamiento y profesionalización de hombres originarios de los países en que realizan sus operaciones, principalmente en Irak y Afganistán.

En términos generales el autor sugiere que, aunque grupos como Blackwater han asesinado y torturado a civiles sin razón, la práctica incontrolada de la violencia de “mercenarios itinerantes” de la Guerra Fría está acabando poco a poco; que las actividades mercenarias se encuentran paulatinamente limitadas por la lealtad política a un país determinado y circunscritas a tareas de seguridad, etc. Sin embargo, también deja ver es que los mercenarios existen porque hay quien los paga y que hoy sus tareas más notables se realizan en los países árabes hoy intervenidos por la alianza de Estados Unidos, Reino Unido, Francia. En ese sentido, el límite lo dibuja el contratante, quien en la mayoría de los casos es el propio invasor, el cual para ahorrar hombres y tras destruir un país como Irak, lo controla con mercenarios relativamente autónomos en sus medios de operar. Estos, a su vez, reclutan e instruyen a los mismos hombres del lugar invadido para “asegurarlo”.


Anaximandro Pérez es maestro en historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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